18 abril 2024
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La ingeniera agazapada

Soy de letras, pero me gustan las máquinas. Me pasé muchos años pensando que eran cosas incompatibles y sobre todo veía la técnica y la ciencia como temas muy ajenos a mí, algo de lo que ya se encargaban otras personas en mi lugar. Alguien muy listo (pero insensible, seguro) había inventado la radio, la locomotora, el teléfono y la bombilla para mi disfrute, y yo dedicaría mis días al estudio y a la enseñanza de las lenguas. Es cierto también que sufrí en mis propias carnes de filóloga el complejo tan extendido de que los listos iban a ciencias y los tontos nos dedicábamos a las letras, y reconozco que me cerré herméticamente durante demasiado tiempo a cualquier conocimiento científico por temor a no entender, fingiendo desinterés. Por suerte, los años nos enseñan a superar todos esos prejuicios y a entender cuándo estamos haciendo el idiota.

Ahora no sé si la ciencia y la tecnología me han gustado desde siempre y yo cerré los ojos, convirtiéndome en una ingeniera frustrada, o si es esta profesión nuestra la que me ha hecho amar máquinas y aparatos a fuerza de conocerlos, como en un casamiento concertado.

Los caminos de la vida profesional son inescrutables y vamos marcando nuestra trayectoria decisión a decisión. Cuando terminé la carrera de Filología no encontré salida profesional inmediata, así que decidí estudiar Traducción. Mi elección del alemán como lengua principal marcó mi destino. Porque, ¿qué fabrican los alemanes?, ¿qué exportan? Exacto: máquinas. El mercado de traducción más grande del alemán a otras lenguas es la técnica, la maquinaria industrial. Del idioma del exportador al idioma del importador. Eso me convenció para especializarme en traducción técnica, aunque confieso que lo hice de mala gana. Naturalmente, no hace falta pensar tanto para elegir. El mercado es el que hay y, como oí decir en una ocasión al compañero Héctor Quiñones, uno se especializa en los clientes que va teniendo. Así fue, efectivamente.

De modo que, a medida que aceptaba traducciones y que me daba cuenta de que no sabía suficiente técnica (vuelta al complejo de inferioridad), iba leyendo y estudiando, intentando entender realmente lo que traducía. Al principio, en la mayoría de los casos y siempre que llegaba un cliente nuevo, tenía que dedicar más tiempo a leer que a traducir. Me he tenido que pelear con los temas más fascinantes: grúas sobre orugas, geotermia, cintas transportadoras de caucho, fabricación de papel, locomotoras, y mi tema estrella, al que llevo dedicada más de diez años: la neumática. Fascinante. Pues no y sí. Todo gusta más cuando se entiende y traducir técnica obliga a aprender cosas que a la gente de letras ni se nos ocurriría mirar de otra manera.

En cualquier caso, la técnica, esa enemiga seca y aburrida, nunca viene sola: acompañándola en los textos está el maravilloso mundo de sus aplicaciones, que son las que finalmente nos hacen entender que la técnica no es cosa de otros, sino que está en todo lo que hacemos.

Por si alguien no lo sabe, os cuento, para empezar, que la neumática es la parte de la física que estudia las propiedades mecánicas de los gases. Es un tema extensísimo, pero a mí solo me toca la parcela que se ocupa de la producción, tratamiento, distribución y usos del aire comprimido. La parte más fea de mi trabajo, los manuales de las máquinas y aparatos que producen y tratan el aire comprimido, también tiene su lado divertido aunque no lo parezca. Una máquina es una máquina: casi todas tienen en común un motor que consume un tipo de energía concreto (motores eléctricos, motores de explosión), y unos mecanismos conectados que se mueven con la fuerza desarrollada por ese motor. Es simple. Los principios básicos de una máquina se pueden aplicar a las demás y eso da mucho juego. No sé si todo el mundo se ha parado a pensarlo, pero los coches son máquinas, unas máquinas dentro de las que nos sentamos y que nos empujan de un sitio a otro. A veces los llevamos al taller y el mecánico nos cuenta historias ininteligibles y nos presenta presupuestos de reparaciones que parecen jeroglíficos. Es fantástico ver la cara de algunos de ellos cuando se les puede hablar de tú a tú. Yo no sé arreglar un coche, evidentemente, pero sí entiendo cómo funciona, así que, cuando han querido contarme una milonga, no han podido. Hago preguntas, discuto presupuestos y diagnósticos. En una ocasión hubo un mecánico que quiso cambiarme el alternador porque la batería no cargaba sin siquiera abrir el capó. Le sugerí que mirase el cable que iba del alternador a la batería. Estaba roto.

Antes de ocuparme de la neumática, yo no sabía que el aire comprimido está (literalmente) hasta en la sopa. Se usa para fabricar casi todo lo que tenemos alrededor: objetos cotidianos de plástico y metal, tejidos, vidrio, madera… Y no solo para la fabricación de los productos en sí, sino también para su embalaje y envasado, su transporte y manipulación. En todos esos procesos interviene el aire comprimido, que ha ido sustituyendo a otras formas de transmisión de energía porque los mecanismos neumáticos son más sencillos y económicos.

Cuando empecé a traducir sobre el tema, me enteré de que un bar es algo más que un local en el que ofrecen bebidas. En neumática, un bar corresponde aproximadamente a la presión que la atmósfera ejerce sobre nosotros a nivel del mar. El aire, ese gas que nos rodea y al que hacemos tan poco caso por ordinario, es increíblemente útil porque posee unas características que lo convierten en un medio energético ideal. Las más importantes son la elasticidad y la compresibilidad, sin olvidar su ubicuidad, por supuesto. Tal y como se encuentra en la atmósfera ya cumple infinidad de funciones que nunca le agradeceremos lo suficiente, pero además, si intervienen unas máquinas llamadas compresores, la presión que ejerza qué cantidad de aire en qué lugar podrá controlarse y estará a nuestro servicio. Existen varios tipos de compresores, que se usan dependiendo de las necesidades de presión (Druck) y caudal (Liefermenge), así como de la aplicación que se prevea, ya que cada una exigirá un grado de limpieza concreto, una temperatura, etc., aunque todos esos requisitos se pueden adaptar luego con filtros y otros aparatos de tratamiento.

Para explicarlo de manera esquemática, el aire de la atmósfera entra en el compresor (Kompressor, Verdichter) por un lado llamado de aspiración (Ansaugseite), el compresor reduce su volumen y lo expulsa por el lado llamado de presión (Druckseite). En el centro de la máquina se encuentra el bloque compresor (Verdichterblock), que será el que defina el tipo de compresor ante el que nos encontramos. Los dos grandes grupos de compresores son los alternativos y los rotativos. En el bloque de los primeros hay una pieza que sube y baja, un pistón, que en su carrera aspira el aire de la atmósfera y lo comprime para expulsarlo por el lado contrario. En los bloques de los compresores rotativos hay un elemento que gira y que va empujando el aire que aspira hacia una cavidad menor, lo cual hace aumentar la presión. Dependiendo de qué elemento sea el que gira en su interior, los compresores rotativos se dividen a su vez en turbocompresores (Turboverdichter), compresores de paletas (Zellenverdichter), de uña (Drehzahnverdichter), de tornillo (Schraubenverdichter), de émbolos (Drehkolbenverdichter) y algunos más. En general, se puede decir que los compresores alternativos alcanzan presiones mayores, de hasta 40 bar y más, pero suministran poco caudal, o sea, poca cantidad de aire, mientras que los rotativos producen más caudal con presiones más modestas. Teniendo en cuenta que las presiones máximas que se utilizan en la industria suelen rondar los 12 bar, los compresores rotativos se imponen poco a poco, ya que producen aire comprimido hasta 13 bar en mayores caudales, con un consumo menor y un nivel sonoro también más bajo.

No os voy a ocultar que el aire comprimido también tiene sus fugas. Para empezar, hay una limitación de fuerza (unos 30 000 N) y el ruido que emiten los compresores o que se produce en los puntos de consumo puede ser muy desagradable. A pesar de todo, el aire comprimido cada vez se usa más en la industria y está presente en todas sus ramas. De hecho, la utilización del aire comprimido está tan extendida que lo mismo me toca traducir un texto sobre fabricación de cerveza que sobre producción de circuitos impresos, limpieza de vías de tren, parques acuáticos, restauración de catedrales góticas o pinturas murales. Y podría seguir añadiendo más temas alucinantes, temas en los que soy la aprendiz eterna que nunca llega a maestra, o al menos esa es la impresión que yo tengo: una inseguridad constante que me hace remirarlo todo. Y encantada. Es parte de la profesión y de mi relación de amor-odio con ella, igual que la que tengo después de los años con todo tipo de artilugios e ingenios humanos.

Soy de letras, sí. Y me gustan las máquinas.

Bibliografía

Carniner Royo, E. Aire comprimido: Teoría y cálculo de instalaciones. Madrid: Paraninfo, 1994.

Ruppelt, E. Taschenbuch der Drucklufttechnik. Essen: Vulkanverlag, 2000.

Serrano Nicolás, A. Neumática. Madrid: Paraninfo, 1997.

Mayte Galadí Enríquez
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Mayte Galadí Enríquez es de Córdoba. Estu­dió Filo­logía Ale­mana en Sevi­lla y Tra­duc­ción en Ale­ma­nia. Se dedica profesional y exclu­si­va­mente a la traducción del alemán al español desde 1999, siempre en el campo de la tra­duc­ción técnica. En sus horas libres, se lee los manua­les de ins­truc­cio­nes de los seca­dores de pelo y de las sierras radia­les en busca de errores.

Mayte Galadí Enríquez
Mayte Galadí Enríquez
Mayte Galadí Enríquez es de Córdoba. Estu­dió Filo­logía Ale­mana en Sevi­lla y Tra­duc­ción en Ale­ma­nia. Se dedica profesional y exclu­si­va­mente a la traducción del alemán al español desde 1999, siempre en el campo de la tra­duc­ción técnica. En sus horas libres, se lee los manua­les de ins­truc­cio­nes de los seca­dores de pelo y de las sierras radia­les en busca de errores.

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