19 marzo 2024
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¡Marchando una de subtítulos! Entrevista al subtitulador de la película ‘#Chef’

Cuando el equipo de redacción nos informó de que el presente número iba a versar sobre gastronomía, de inmediato me vinieron a la cabeza una serie de conversaciones con uno de mis colegas y amigos de la profesión, Pablo Fernández Moriano, que no hacía mucho se había encargado de la subtitulación de la película #Chef.

Se trata de una comedia de 2014 protagonizada por Jon Favreau, John Leguizamo, Scarlett Johansson y Sofía Vergara, que narra la historia de un chef de un prestigioso restaurante de Los Ángeles que pierde su trabajo y decide montar un puesto de comida ambulante.

Durante las semanas en las que Pablo se encargó de la traducción le surgieron algunas dudas sobre terminología, pero sobre todo, acerca del vocabulario y la forma de hablar que se emplea en una cocina profesional. Él sabía que vivo con alguien que ha trabajado en varios restaurantes, y decidió llamarme para consultarle algunas cosas, y así fue como surgieron las conversaciones sobre las dificultades y curiosidades de aquella traducción, que hemos plasmado en una entrevista para este número especial.

¿Cuál fue el principal reto de traducción al que tuviste que enfrentarte en esta película?

La película resulta muy interesante desde el aspecto de la traducción, porque tiene un fuerte componente intercultural. En primer lugar, el tema —la cocina— es de por sí uno de los principales vehículos de la interculturalidad en cualquier parte del mundo. En segundo lugar, transcurre en Estados Unidos, crisol de culturas por excelencia. Por si fuera poco, los personajes tienen distintos orígenes: el chef Casper (Jon Favreau) es estadounidense, pero su ayudante y amigo Martin (John Leguizamo) es de origen cubano, al igual que Inés (Sofía Vergara), su exmujer, cuyo padre vive en el barrio cubano de Miami. Y para rematar, los protagonistas se ven obligados a viajar en avión hasta Miami para adquirir una furgoneta en la que después regresarán a Los Ángeles haciendo parada en Nueva Orleans (Luisiana) y Austin (Texas), y trayéndose de cada ciudad algunas de sus especialidades culinarias más emblemáticas. Así que el resultado es un cóctel de cubanismos, galicismos y términos culinarios de lo más variopinto.

Creo recordar que una de las cuestiones más peliagudas entre aquellas preguntas era el hecho de que en la película se dirigían al chef como «chef» y, según parece, en las cocinas españolas no se habla así. Pero los personajes lo decían en las escenas y de alguna forma había que traducirlo, claro.

La palabra chef estuvo dándome quebraderos de cabeza de principio a fin, empezando por el propio título.

Efectivamente, la palabra chef estuvo dándome quebraderos de cabeza de principio a fin, empezando por el propio título, que ya estaba decidido que iba a ser #Chef. Bueno, la almohadilla fue una genialidad que el departamento de marketing añadió después de que yo entregara la traducción —también Twitter tenía un papel muy relevante en la película, pero eso es harina de otro costal—. La cosa se complicaba porque no solo tenía que traducir el término chef: también aparecía un sous-chef y, para rizar más el rizo, Martin, el ayudante cubano, llamaba jefe (en español) al protagonista. Con este panorama, estaba claro que la palabra chef iba a tener que traducirla de distintas formas según el contexto, que es justamente una de las situaciones que más inquietud me causan a la hora de traducir. Es el mismo tipo de inquietud que me produce el tener que decidir cuándo los personajes se tratan de tú y cuándo de usted: muchas veces está claro, pero otras… Y eso se da en prácticamente todas las películas. A esta inquietud se sumaba la de mi obsesión por evitar a toda costa los calcos y las traducciones acríticas, y la palabra chef, cómo no, estaba también en mi lista negra.

Pongámonos en antecedentes: en aquel entonces —verano de 2014— estábamos en plena resaca de la primera ola de concursos de cocina como Master Chef (abril de 2013) o Top Chef (octubre de 2013). Estos programas de formato anglosajón acababan de irrumpir en las cadenas generalistas de la televisión española y de repente habían empezado a salir «chefs» de debajo de las piedras, donde yo antes habría jurado que lo que había eran cocineros. La vocecita de mi alarma anticalcos se estaba desgañitando. Cierto es que ya se emitían desde hacía varios años programas traducidos del inglés como los de Jamie Oliver (británico), pero solo en canales de pago, por lo que no llegaban a todo el público español. Por otro lado, los programas de cocina no eran nada ajeno a nuestra caja tonta: recordemos el clásico Con las manos en la masa, presentado por la pintora Elena Santonja, o los programas del dicharachero Arguiñano, pero en ellos siempre recuerdo que se hablaba mucho de cocineros, y poco —o nada— de chefs. De hecho, si consultamos en Wikipedia las entradas correspondientes a algunas de las figuras más destacadas de nuestra cocina (Karlos Arguiñano, Juan María Arzak, Sergi Arola o Ferran Adrià), en todas ellas se los define como «cocineros»; la única discrepancia la encontramos en la entrada de Alberto Chicote, a quien se define literalmente como «cocinero, chef (¿?), restaurador y presentador de televisión». Casualidad o no, resulta que Chicote es uno de los presentadores de varios de esos programas de cocina importados de la televisión estadounidense. Esa es una conclusión que podemos sacar de esa búsqueda. La otra es que ser chef, al parecer, no es lo mismo que ser cocinero. Aquí cabría hacer una larga reflexión sobre el esnobismo lingüístico, pero, para no alargar este artículo más de lo debido, me remito a este otro, que me ha sorprendido por lo mucho que coincide con mi opinión.

Total, que a mí eso de ver en televisión a batallones de aspirantes y concursantes que acataban las órdenes y las críticas de los presentadores profiriendo un «¡Sí, chef!» —en un tono a caballo entre lo servil y lo marcial— me resultaba una situación tan ajena a nuestra cultura como el famoso «¡Señor, sí, señor!» de los marines norteamericanos.

Me confirmó que en las cocinas españolas lo que había eran cocineros, jefes de cocina y, si acaso, segundos jefes de cocina.

¿Qué estaba pasando? Parecía como si, de un plumazo, alguien hubiera borrado a todos los cocineros, los pinches, los jefes de cocina y los lavaplatos de la faz de la tierra. Quizá la realidad había cambiado sin yo saberlo o, peor aún, la realidad nunca había sido tal. Dado que yo nunca había trabajado en la cocina de un restaurante, tenía que comprobarlo. Ahí fue cuando te llamé para aclarar, principalmente, dos cosas: cuál era la jerarquía en una cocina y cómo se hablaban entre ellos sus integrantes. Por suerte, Javi, que había sido cocinero antes que fraile, me confirmó que en las cocinas españolas lo que había eran cocineros, jefes de cocina y, si acaso, segundos jefes de cocina; y también, que los empleados no se dirigen al jefe de cocina de ninguna forma en particular, más que por su nombre, o emplean simplemente la fórmula «¡Oído!» para hacer saber a los compañeros que han captado la orden, sin mención específica al cargo de un superior.

Eso sí. Eso ya era otra cosa. Respiré aliviado porque al menos tenía claro que la traducción de sous-chef iba a ser siempre la misma (segundo jefe de cocina, que finalmente quedó en segundo). Es cierto que, según otras fuentes, en las cocinas españolas —cuanto más caché se quieran dar, entiendo yo— también se emplean los términos equivalentes chef y sous-chef, pero yo suelo ser partidario de, si un término existe en nuestro idioma, darle preferencia frente a los barbarismos, sobre todo cuando me parece que se está abusando de ellos. También es verdad que, en un arrebato de purismo, podría haber decidido traducir siempre chef por jefe de cocina y dejarme de líos, pero no me parecía oportuno ser tan radical, en parte, porque la película se iba a titular Chef en español (la almohadilla no había llegado aún), e iba a quedar un poco feo que la palabrita de marras no saliera en toda la película (algo que a menudo suelen pedirnos a los traductores audiovisuales), así que eso me llevó a la siguiente reflexión.

Por muy puristas que queramos ser —algo de lo que suelo pecar— existe una realidad lingüística innegable: los idiomas influyen unos en otros y, en el caso de la jerga culinaria, es el francés el que más ha influido tanto en el inglés como en el español, solo que en cada uno lo ha hecho de forma distinta. En el caso de la palabra chef, las connotaciones que tiene en inglés no son las mismas que en español. En inglés, chef tiene dos acepciones, como indica el diccionario Merriam-Webster: la de jefe de cocina en un ámbito profesional y la de cocinero en su sentido más amplio y en cualquier ámbito. Por el contrario, en español, al menos hasta hace poco, el chef era solamente el título afrancesado que se le daba al jefe de cocina de un restaurante, o bien a un cocinero profesional de fama reconocida, como recoge el diccionario Clave. Es decir, que en inglés, en una situación cotidiana, si una mujer quiere decir que su marido cocina muy bien, es perfectamente normal oírle una frase como «My husband is an excellent chef», mientras que en español lo que naturalmente diría una señora es que a su marido «le sale una paella estupenda», que es «muy buen cocinero» o incluso que es «un cocinilla(s)», pero no diría «Mi marido es un gran chef». Pasa un poco como con las palabras athlete y atleta: en español, un atleta es un deportista profesional o alguien que se entrena para serlo, mientras que en inglés un athlete puede ser un deportista, alguien que hace mucho deporte, alguien de constitución atlética… Depende del contexto. Así que, según el contexto, chef se tradujo como chef, cocinero, jefe de cocina o jefe.

También estuvimos comentando la posible traducción de food truck, meses antes de que la Fundéu publicase su propia recomendación y de que se pusieran tan de moda en España, ¿cómo lo resolviste al final?

Ese fue otro de los grandes quebraderos de cabeza de la película. Dado que aquí aún no había llegado la moda a través de la tele, el término food truck no había calado, aunque como concepto haya existido en España de toda la vida: los puestos ambulantes de comida de las ferias son en realidad camiones o furgonetas adaptados, solo que, por alguna razón, no les hemos dado un nombre específico, y parece que los llamamos simplemente puestos o casetas, obviando el hecho de que sean vehículos. Por otro lado, como muchos de los food trucks en Estados Unidos son de comida mexicana, también los llaman taco trucks, incluso aunque no vendan tacos y, por supuesto, esta forma también aparece unas cuantas veces en la película. Como no logré dar con una traducción única acuñada en español, otra vez se decidió traducirlo de diversas formas según el contexto —y la restricción de caracteres—: restaurante móvil, furgón restaurante, furgón, furgoneta de tacos, puesto de tacos, furgoneta y puesto.

¿Qué otras cuestiones curiosas de terminología recuerdas de aquel proyecto?

Muchas especialidades culinarias no tienen una traducción establecida, con lo que es bastante normal que se utilice el nombre del plato en el idioma original.

Surgieron muchas referentes a la comida, claro. En general, muchas especialidades culinarias no tienen una traducción establecida, con lo que es bastante normal que se utilice el nombre del plato en el idioma original. Es lo que suele hacerse, por ejemplo, en las cartas de los restaurantes, acompañándolo de una descripción aclaratoria. La otra estrategia, igualmente habitual, es buscar el equivalente más parecido en la cultura de llegada; así, muchas veces encontramos dimsum traducido como empanadillas chinas o gyoza como empanadillas japonesas. En ocasiones, se producen verdaderas curiosidades como el siguiente par de sinécdoques interlingüísticas redundantes —por favor, que un filólogo me ayude a clasificar esto—: Salsa Sauce en inglés y salsa gravy en español.

Po’ boy de gambas, el primo criollo del bocata de calamares

Divagaciones aparte, como al subtitular no hay espacio para aclaraciones de ningún tipo, para la película decidí adaptar los términos sin traducción acuñada buscando el equivalente más parecido al español en vez de tomar directamente prestado el término en el otro idioma, sobre todo cuando este era poco aclaratorio. Así, los po’ boys de Luisiana eran bocatas (por su parecido más que razonable con los madrileños bocatas de calamares) y los sliders de Texas, montaditos (bocatines y pulgas fueron otras opciones que barajé y que quedaron finalmente descartadas).

La búsqueda de imágenes en Google es una herramienta valiosísima para el traductor audiovisual.

También incluí algún galicismo que no aparecía en la versión original. Recuerdo que salía varias veces un postre, el lava cake, que desde el principio pensé: «Esto va a ser un coulant de chocolate», el típico postre que uno estaba harto de ver en las cartas de los restaurantes con un mínimo afán por salir de lo convencional. Mi corazonada se reforzó cuando apareció la imagen del dulce en pantalla y pude comprobar que coincidía con mi búsqueda de imágenes en Google —una herramienta, por cierto, valiosísima para el traductor audiovisual, y especialmente reveladora para términos gastronómicos—. Pero la confirmación llegó cuando, en otro momento de la película, explicaban cómo se preparaba el postre. Así, pude buscar la receta del coulant y constatar que se trataba de lo mismo, una suerte que no es nada habitual en nuestro trabajo, pues uno generalmente tiene mucha menos información y las apuestas terminológicas no van tan sobre seguro.

Este fue el caso de otro término, ahi tuna, que en la película mencionan como plato de éxito asegurado en una carta. La búsqueda por texto me llevó a averiguar que ahi es el nombre hawaiano del yellowfin tuna, es decir, el atún claro (Thunnus albacares, no confundir con el bonito del norte, Thunnus alalunga). El caso es que con eso solo tenía el ingrediente principal del plato, pero no la forma de cocinarlo, y mi intuición me decía que aquello era otra sinécdoque como una catedral. Una vez más, las imágenes de Google fueron determinantes: busqué fotos de ahi tuna y… ¡magia! Ante mis ojos no apareció ningún pez, sino un centenar de suculentas versiones de lo que inmediatamente identifiqué como tataki de atún, otro plato muy de moda. El nombre completo en inglés sería seared ahi tuna, pero con decir ahi tuna ya todo el mundo sabe a qué se refieren. Sinécdoque confirmada. Otro cantar es que en España se use más el atún rojo que el claro para elaborar este plato, pero aquí lo importante era la forma de cocinar el pescado, y no la variedad concreta.

Esa es otra de las características interculturales de la cocina: la permeabilidad. Cuando una cultura adopta un plato, muchas veces lo adapta también a los ingredientes disponibles y a las tradiciones culinarias del país. Un ejemplo clarísimo son los platos de pasta: yo todavía no me explico que uno de los más típicos en Estados Unidos sea los espaguetis con albóndigas; asimismo, un italiano se echa las manos a la cabeza cuando se entera de que en España hacemos macarrones con chorizo gratinados al horno (por no hablar de la carbonara con nata en vez de con huevo y parmesano rallado). Otras veces, lo que cambia es solo la forma o el tamaño (recuerdo mi sorpresa la primera vez que vi una magdalena en París o un churro en Nueva York). Precisamente en #Chef, uno de los motores argumentales —podríamos decir que es uno de los McGuffins de la película— es un ejemplo perfecto de este fenómeno de transformación por adopción: el beignet.

Generalmente, la traducción de este galicismo no presenta mayor problema, pues tiene un equivalente bastante directo en español: buñuelo. Lo que ocurre es que en la película no hablan del buñuelo francés, sino del de Nueva Orleans, que es una reinterpretación criolla de su pariente galo, del cual se distingue principalmente por su forma cuadrada, en vez de la más o menos redondeada que tiene el buñuelo europeo. Además, hablan de ello como algo especial, algo que no se puede conseguir en cualquier parte: hay que ir a Nueva Orleans para probar el auténtico, así que utilizar el término buñuelo, algo tan extendido en España que prácticamente cualquiera que cuente con harina y una sartén puede hacerlo en su propia casa, parece que le quitaba misterio y glamur al asunto, y por eso quedó en francés.

Además, ya había otra palabra que tenía que traducir por buñuelo: donut. Curiosamente, en español este anglicismo, aparte de ser una marca registrada, lo asociamos casi exclusivamente con la forma de una rosca, mientras que el significado original es uno más amplio: masa frita; es decir cualquiera de las variedades de esa maravillosa mezcla de poesía y repostería llamada fruta de sartén.

El hecho de que la traducción fuese para subtítulos y no para doblaje, ¿cómo influyó?

Para los que entienden el idioma original, es prácticamente inevitable comparar, además, el mensaje que oyen con el que están leyendo.

Una de las grandes diferencias de la técnica del subtitulado frente a la del doblaje es que en los productos subtitulados se oye la pista original, mientras que en el doblaje esta se tapa, por lo que es mucho más fácil «engañar» al público y alejarse de la literalidad al traducir para doblaje. En el caso del cine en versión original subtitulada podemos considerar que hay dos grandes tipos de público: los que entienden el idioma original y los que no. Para los que no lo entienden, la pista sonora es, principalmente, un refuerzo de la parte artística de los diálogos; o sea, que se centran en la entonación y la interpretación de los actores sin ir mucho más allá. En cambio, para los que entienden el idioma original, es prácticamente inevitable comparar, además, el mensaje que oyen con el que están leyendo, por lo que cualquier diferencia entre las dos versiones resulta evidente y, a veces, desconcertante.

Por desgracia, no podemos ofrecer una versión traducida para cada tipo de público, así que, ¿para quién traducir? Yo no soy muy partidario de esa recomendación que dice que la traducción para subtítulos debe ser más literal que la que se hace para doblaje para no contrariar a los espectadores que conocen ambas lenguas, así que mi traducción suele estar poco supeditada a la banda sonora original y es, salvo en casos muy flagrantes, casi como si estuviera traduciendo para doblaje. Un ejemplo de esto es que, como ya he mencionado, traduje lava cake por coulant sin vacilar. Eso sí, tampoco me gusta traducir exclusivamente «para mi abuela», como lo llaman algunos colegas, es decir, para alguien cuyo único idioma es el español y a quien toda cultura extranjera le resulta ajena, ya que, aunque la traducción suele ser mucho más natural y fresca, también suele estar plagada de adaptaciones culturales que pueden distraer o irritar al público más familiarizado con la lengua de origen. Por eso también suelo incluir algún guiño a la literalidad, siempre que no me chirríe demasiado, y así procuro contentar a ambos tipos de público.

En la película #Chef, un caso claro en el que la versión doblada no sería igual que la subtitulada es la escena en que Carl, el protagonista, está cenando con Inés, su exmujer, y el padre de esta, que es cubano. Cuando el padre empieza a meterse con Carl en español, Carl le pide a Inés que le traduzca lo que dice, y ella le da su versión en inglés. Esta es la típica situación que en doblaje se resolvería inventándose cosas que no están en el diálogo original: problemas de dicción, sorderas temporales, segundos idiomas, malentendidos y diálogos de besugos varios. En esta versión subtitulada de #Chef, como el espectador entiende el español, solo hay subtítulos en la parte de los diálogos que está en inglés. La solución fue bastante directa y nada creativa.

¿Hay algo que cambiarías de tu traducción ahora?

Muchas cosas. Nunca queda uno del todo satisfecho, y esta no es una excepción. De hecho, luego descubrí hasta errores de puntuación imperdonables para mí, pero llega un momento, cuando el plazo apremia, en que la capacidad de autorrevisión se ve muy limitada y, en determinadas circunstancias, ni siquiera dos pares de ojos son suficientes para detectar algunos descuidos; solo hace falta un tiempo de separación, enfrentarse fresco y despejado al texto para volver a recuperar el juicio ortográfico. Lo malo es cuando ese momento llega en la sala (además era la primera película subtitulada por mí que veía en cine después de traducida, cosa que no suelo hacer por falta de tiempo). Nunca olvidaré esa sensación de «tierra, trágame» en la butaca del cine, pero miré a mi alrededor y nadie dio ni un respingo en la silla, ni se oían comentarios ni nada. Sería que no había ningún traductor en la sala.

Eso, en cuanto al TOC ortotipográfico que nos aqueja a los traductores. En cuanto a las elecciones de traducción, no puedo evitar pensar en cómo afecta el tiempo a las traducciones, y lo mal que envejecen algunas. Solo han pasado dos años, y ya hay cosas que habría traducido de forma diferente. Sin ir más lejos, food truck.

Normalmente estoy de acuerdo con la Fundéu, pero en este caso se trataba de un «palabro» que no me convencía nada: gastroneta.

En primer lugar porque quizá, si hubiera tenido un poco más de tiempo para reposar la traducción, habría unificado o, al menos, reducido las opciones de traducción que usé, pero en aquel momento todas sonaban bien en cada situación, y así fue como quedó —por supuesto, con el beneplácito del cliente—. Ahora bien, ya hemos dicho que poco después del estreno de la película empezó a llegar la moda de los food trucks y, como es habitual, la Fundéu publicó su sugerencia para evitar el anglicismo. Normalmente estoy de acuerdo con la Fundéu, pero en este caso se trataba de un «palabro» que no me convencía nada: gastroneta. En cuanto lo vi, y solo por curiosidad, porque ya nada se podía cambiar, me puse en contacto con el cliente para preguntarle si le habría gustado esa solución, a lo que me contestó con un no rotundo. Así que, si hubiera tenido que traducirla ahora, es probable que el cliente me hubiera pedido que dejase food truck en inglés.

Esto me recuerda a otro término cuyas traducciones han envejecido en muy poco tiempo: drone. Yo recuerdo haberlo traducido al menos de dos formas distintas, y de ello no hará más de cuatro años: avión no tripulado —que era la sugerencia que se daba en aquel momento— y robot teledirigido. Hoy en día, tanto el concepto como el vocablo dron están perfectamente asimilados a nuestra lengua, lo cual nos viene muy bien a los subtituladores para ahorrarnos un buen puñado de valiosos caracteres.

Volviendo a la película, otro de los términos que probablemente ahora habría traducido de forma distinta es lava cake. Coincide que, bastante tiempo después de entregar la traducción, me topé con una carta de postres en la que había un volcán de chocolate. De haberlo visto antes, puede que hubiera elegido esta solución, mucho más cercana al original en inglés, pero hasta entonces yo siempre lo había visto en francés, así que ni me planteé que pudiera haber otra opción, sobre todo teniendo tan seguro que no me estaba equivocando de postre (para muestra, un botón).

Con el paso del tiempo, ¿cómo recuerdas ese proyecto? ¿Te gustaría volver a tener que subtitular una película de tema gastronómico?

Aunque el guion de la película es mejorable (a pesar de tener un McGuffin culinario y todo), yo disfruté como un enano traduciéndola, buscando información, haciendo el glosario, leyendo recetas y aprendiendo muchísimo, tanto de cocina como de cultura estadounidense. Así que la respuesta es sí, me encantaría volver a tocar el tema gastronómico en otra película; de hecho, es un tema accesorio muy recurrente en las películas, porque siempre hay una escena en un restaurante, una comida familiar, una mención a un plato favorito… En cualquier caso, lo mejor que me llevo de esta película son las ganas de visitar todos esos lugares de la geografía estadounidense. De hecho, ya tengo planificado el road trip de Miami a California. ¿Alguien se apunta?

Pablo Fernández Moriano
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Es licenciado en Traducción e Interpretación y tiene un posgrado en Traducción Audiovisual. Traduce del inglés, francés, italiano y alemán al español, y cuenta con 18 años de experiencia profesional como traductor y revisor, durante los cuales se ha especializado en la traducción de películas, series y documentales para subtítulos y doblaje. Tras más de diez años como subtitulador en dos de las empresas más relevantes del sector en España, conoce de primera mano todas las fases del proceso. En los últimos años compagina la traducción con la docencia. Ha dado clases en el grado en Traducción e Interpretación de la Universidad Complutense de Madrid en el CES Felipe II, además de numerosos cursos, talleres y charlas sobre subtitulación y recursos para la traducción audiovisual, tanto en España como en el extranjero. Actualmente, enseña subtitulación en el curso de Traducción Audiovisual de Cálamo y Cran.

Reyes Bermejo
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Reyes Bermejo es licenciada en Filología Inglesa y en Traducción e Interpretación. Es traductora y correctora autónoma desde 2003. Su trabajo está muy vinculado a los estudios de grabación, por lo que se ha especializado en la traducción de contenidos audiovisuales. Es socia de Asetrad y de Atrae.

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