La pandemia generada por la covid‑19 ha tenido y está teniendo un impacto enorme en la vida, profesional y laboral, de muchísimos intérpretes de conferencias, quienes han visto cómo su actividad se ha reducido hasta llegar a mínimos insospechados prácticamente de la noche a la mañana y han tenido que adaptarse (como muchos otros profesionales y trabajadores de distintos sectores) a la llamada «nueva normalidad». Este artículo explora el punto de vista de una intérprete de conferencias y su manera de enfrentarse a la pandemia y a este cambio repentino, y en muchos aspectos brutal, en su vida.
12 de marzo de 2020, 09:00 h.
Este mes la agenda pinta bien, con varios trabajos confirmados y alguna que otra «opción» por confirmar. Incluso para los próximos meses tengo varios encargos en firme y muchos viajes de trabajo: París, Valencia, Roma, Barcelona… Una vez más, y como de costumbre, la maleta va a echar humo. Habrá que hacer malabarismos y organizar la logística familiar, poner el despertador unas cuantas veces en horarios poco apetecibles, echarle kilómetros al coche y dormir poco cómodamente en los asientos de aviones, autocares y trenes… Pero bueno, hay trabajo, y a menudo además interesante y entretenido, así que no me quejo.
12 de marzo de 2020, 15:39 h.
Acaba de llegar un e-mail del cole: «El Departament d’Educació, seguint instruccions del Departament de Salut i com a mesura excepcional per contenir el coronavirus, ha pres la decisió de tancar a partir del dia 13 de març i fins al proper dia 27 març, ambdós inclosos, tots els centres educatius…».
Vaya…
Y así empezó todo.
Así empezó el confinamiento, así empezaron los líos logísticos, la difícil conciliación familiar, las dudas, la incertidumbre, la angustia… Y así empezaron a cancelarse todos y cada uno de los encargos previstos para el 2020.
Así empezó el confinamiento, así empezaron los líos logísticos, la difícil conciliación familiar, las dudas, la incertidumbre, la angustia… Y así empezaron a cancelarse todos y cada uno de los encargos previstos para el 2020.
Así empezó también una aventura, personal y laboral, que no solo nos pilló totalmente por sorpresa, sino que jamás habíamos imaginado que llegaríamos a vivir.
Creo que aventura es la palabra adecuada, porque todo este tiempo se ha caracterizado por fuertes emociones, grandes incógnitas, desafíos, carreras (físicas, pero sobre todo virtuales) para adaptarnos a una situación nueva, imprevista y algo desconcertante.
El miedo, desde luego, también ha estado ahí.
Ante todo, el miedo a la enfermedad. ¿Estaríamos todos bien? ¿Se contagiaría algún miembro de la familia? De ser así, ¿conseguiríamos superar la enfermedad?
Luego el miedo a lo desconocido y, añadiría, a la «falta de caducidad». ¿Cuánto duraría esta situación? ¿Hasta cuándo tendríamos que quedarnos en casa? ¿Cuándo podríamos volver a la dichosa «normalidad»?
Pero el miedo también ha ido acompañado de mucha, muchísima adrenalina: tengo que ponerme las pilas, si esto sigue así mucho tiempo no puedo quedarme de brazos cruzados.
Pero el miedo también ha ido acompañado de mucha, muchísima adrenalina: tengo que ponerme las pilas, si esto sigue así mucho tiempo no puedo quedarme de brazos cruzados, tengo que buscarme la vida para recuperar al menos alguno de los encargos que se han esfumado con la pandemia. Y, además, tendremos que buscarnos la vida para mantener un mínimo equilibrio en la vida familiar, para que el peque no pierda del todo el contacto con el cole y con los amigos y la familia, para que no acabemos subiéndonos por las paredes o tirándonos de los pelos, para que consigamos mantener un nivel aceptable de actividad física…
Así es como he vivido yo hasta la fecha esta pandemia: con una mezcla de miedo, adrenalina, ganas de superación, momentos de pánico y momentos de tristeza. Pero no ha sido lo único. También ha habido bonitos ejemplos de solidaridad entre compañeros, mucho compartir, mucha comunicación y mucho arrimar el hombro.
Y, afortunadamente, todos estos esfuerzos, junto con una pizca de suerte, sin duda, han traído sus frutos. Si bien no he tenido el nivel de trabajo de otros años, y menos en la temporada que suele ser la más alta para los intérpretes, he podido participar en varios eventos en línea, utilizando distintas plataformas (con mayor o menor dificultad, ya que no todas funcionan igual de bien) y me he mantenido activa.
Esta pandemia ha representado (y sigue representando), sin lugar a dudas, una de las temporadas más difíciles y más desafiantes de mi vida, tanto a nivel personal como a nivel profesional.
También ha sido muy positivo el hecho de no haber dejado nunca del todo la traducción, porque he podido realizar algún que otro trabajo escrito, para ir rellenando la hucha.
En definitiva, esta pandemia ha representado (y sigue representando), sin lugar a dudas, una de las temporadas más difíciles y más desafiantes de mi vida, tanto a nivel personal como a nivel profesional, pero he de admitir que estoy bastante satisfecha con cómo me he enfrentado a ella. Hasta he conseguido encontrarle algún lado positivo: mi maleta sigue aparcada desde aquel 12 de marzo, y la verdad, estoy disfrutando, y mucho, de la tranquilidad de mi casa, de poder trabajar desde aquí sin tener que desplazarme y viajar tanto, de poder pasar más tiempo y de mejor calidad con mi familia. Me considero MUY afortunada: en mi entorno más cercano todos estamos bien.
Creo que vamos a tener que acostumbrarnos a esta distancia forzosa porque, personalmente, no creo que volvamos a tener el volumen de encuentros presenciales que tuvimos hasta marzo.
Echo de menos el poder coincidir con los compañeros intérpretes, eso sí, pero las nuevas tecnologías nos han permitido mantener el contacto y ayudarnos incluso desde la distancia, así que en esto también considero que he tenido mucha suerte. Y, por otro lado, creo que vamos a tener que acostumbrarnos a esta distancia forzosa, porque personalmente no creo que volvamos a tener el volumen de encuentros presenciales que tuvimos hasta marzo, al menos durante mucho tiempo.
¿Estoy deseando que esto se acabe cuanto antes? ¡Por supuestísimo que sí!
Pero mientras dure, habrá que seguir poniendo al mal tiempo buena cara y disfrutar de las cosas buenas que tenemos a nuestro alcance, que no son pocas.
Marcella Bracco
Intérprete de conferencias y traductora de italiano, español, inglés, francés y catalán. Trabaja como autónoma en España desde 2001. En la era pre-covid su trabajo de intérprete la llevaba a todos los rincones de Europa, donde solía saborear las maravillas de ciudades como París, Praga o Bruselas desde las ventanillas de un taxi. Hoy trabaja en el 99 % de los casos desde su despacho, como intérprete simultánea remota. Marcella es miembro de Asetrad y de AICE. Actualmente vive en Tarragona, donde disfruta del maravilloso Mare Nostrum.