23 abril 2024
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De pandemonios, trabajos y personas

Lo de la pandemia del coronavirus nos ha dejado tocados a todo quisqui. A unos en lo personal y a otras en lo laboral, y a quien más quien menos en ambas esferas de la vida. Y quien diga lo contrario miente como un bellaco o el virus de marras le ha afectado a la cordura. Por muchas tablas que tengas en esto de la vida, hay cosas para las que uno no está preparado.

A mí el susto pandémico y el consiguiente confinamiento me pillaron ya inmerso en una «nueva normalidad» personal.

A mí el susto pandémico y el consiguiente confinamiento me pillaron ya inmerso en una «nueva normalidad» personal: recién mudado a un piso nuevo en un barrio nuevo, con mi renacuajo en custodia compartida, sumido en una relación recientísima… Vamos, que servidora ya venía más o menos preparada para lo de «año nuevo, vida nueva». Lo que no me esperaba era que iba a tener tanto trabajo y a verme obligado a solapar proyectos y a producir a un ritmo frenético. Con la mudanza, pintura y demás, se me había retrasado la agenda de trabajos un par de semanas (ya sabréis lo que ello supone para un autónomo) justo antes de tener que enclaustrarme. Así que me encontré con cuatro proyectos de traducción y maquetación bastante voluminosos a la vez, además de los trabajillos esos de los clientes de siempre que van cayendo cuando menos te lo esperas.

Y todo ello sin perder (demasiado) los papeles y manteniendo cierta racionalidad y aplomo, claro, que para eso somos adultos y sus superhéroes preferidos.

Con lo de tener que enclaustrarme, a ese retraso se sumó que con el pequeñajo dando por el zacuto en casa todo el día, no había dios que se concentrase y rindiese. Pero eso es lo que hacen los pequeñajos cuando están en casa todo el día con nosotros, los plastas de los adultos, esas gentes grandes que, incomprensiblemente para ellos, tenemos que trabajar y también cocinar, limpiar, comprar, planificar la cotidianeidad, entretenerlos, enseñarles cosas, responder a sus inagotables dudas, aplacar sus angustias y, en resumen, facilitarles la existencia. Y todo ello sin perder (demasiado) los papeles y manteniendo cierta racionalidad y aplomo, claro, que para eso somos adultos y sus superhéroes preferidos. A ver cómo nos salen de esta experiencia, que esa es otra. Uf.

Volviendo al asunto del trabajo: total, que me vi superado por las circunstancias en varias ocasiones. Muy superado. Extraordinariamente superado. Pero —y es un pero muy grande— tengo la fortuna de que mis interlocutoras en todos esos trabajos son personas, en el mejor sentido de la palabra: personas que saben que están colaborando profesionalmente con personas, que sienten y padecen y soportan y agradecen y comprenden y se acuerdan de ti y te acompañan cuando pueden. Y esa ha sido la clave para salir más o menos airoso de la situación. Tengo unas editoras que son personas. Y unos colegas con los que colaboro que son personas. ¡Y hasta tengo de clientas unas agencias cuyas gestoras de proyectos son personas!

Tengo unas editoras que son personas. Y unos colegas con los que colaboro que son personas. ¡Y hasta tengo de clientas unas agencias cuyas gestoras de proyectos son personas!

Y todo este movidón de la pandemia, con la sobredosis diaria de información confusa y de datos catastróficos, con la pretendida deshumanización y despersonalización de actitudes y comportamientos, con la adopción de nuevos rituales —lo de la explosión diaria de euforia balconera me sigue chocando y me chocará siempre— para espantar a nuestros demonios internos y colectivos, con esa sempiterna politización de las posturas tan típica de todas las crisis, con la gravosa y lacerante imposición de nuevas formas de vivir y de morir, con la frustración que supone no poder recurrir a tus hábitos de siempre ni a tus amistades/amantes/parientes para consolarte, con la soledad y la incertidumbre y la angustia y el miedo —¡el miedo, el miedo!—, con todo ese pandemonio de mierdas, digo, a mí no hace sino recordarme que estamos en un mundo habitado por personas.

Darío Giménez
Para conciliaciones pandémicas es indispensable tener buena chepa

Y es que en este gremio —y en los demás, colijo— tendemos a etiquetarnos y a reconocernos unos a otros por nuestra labor, por cosas tan poco personales como nuestra especialización, la calidad y la visibilidad de nuestros trabajos, la reputación que tenemos en el sector y demás: Fulanito, el que subtitula con gran ingenio la serie televisiva de moda; Menganita, la cracka que se funde seis mil palabras del alemán al euskera en un día; Zutanito, el que da amenísimas conferencias y charlas sobre Su Tema en todos los congresos habidos y por haber; Perenganito, ese que retuitea todas las noticias sobre traducción del universo a ritmo de ametralladora; Merenganita, cuyo nombre figura en las tapas de los libros al mismo tamaño que el del autor… Todo eso está muy bien, pero parece que olvidamos que detrás de eso —y no demasiado detrás— no somos más que simples personas.

Como siempre, haré lo que pueda, tiraré de recursos propios y ajenos y seguiré confiando mucho en las personas. Ser personas es lo que nos condena, es cierto, pero también es lo que nos salva.

Ahora ya sabemos más de esto del virus —o eso creemos, que una ya no sabe qué creer— y parece que la cosa va a ir para largo y que tendremos que aprender nuevas maneras de vivir («No sé si estoy en lo cierto / Lo cierto es que estoy aquí / Otros por menos se han muerto / Maneras de vivir»). En lo personal, vendrá lo que tenga que venir, y bienvenido o malquerido sea. En el ámbito profesional, me asaltan ya nuevas inquietudes sobre el futuro: las editoriales, que nunca han estado muy bien, este año ya avisan de que están recortando producción, por ejemplo, y en ese sector me consta que habrá mucho menos trabajo. Pero, como siempre, haré lo que pueda, tiraré de recursos propios y ajenos y seguiré confiando mucho en las personas. Ser personas es lo que nos condena, es cierto, pero también es lo que nos salva.

Darío Giménez Imirizaldu
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Estudió Historia en Barcelona, trabajó allí de grafista en prensa y de traductor freelance desde finales de los años 80 y durante toda la década de los 90 y codirigió un estudio de diseño gráfico y servicios editoriales los quince años siguientes. Desde 2006 trabaja como autónomo en Navarra y compatibiliza la traducción del inglés y el catalán con la maquetación y la edición de textos de casi cualquier tema imaginable para editoriales españolas, agencias de traducción extranjeras y todo tipo de clientes corporativos. Actualmente, es el maquetador de esta revista en su formato PDF.

Darío Giménez Imirizaldu
Darío Giménez Imirizaldu
Estudió Historia en Barcelona, trabajó allí de grafista en prensa y de traductor freelance desde finales de los años 80 y durante toda la década de los 90 y codirigió un estudio de diseño gráfico y servicios editoriales los quince años siguientes. Desde 2006 trabaja como autónomo en Navarra y compatibiliza la traducción del inglés y el catalán con la maquetación y la edición de textos de casi cualquier tema imaginable para editoriales españolas, agencias de traducción extranjeras y todo tipo de clientes corporativos. Actualmente, es el maquetador de esta revista en su formato PDF.

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