10 diciembre 2024
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Traducir en todas direcciones de la mano de Rodari

A un niño, a cualquier niño, habría que aceptarlo como un hecho nuevo con el que el mundo vuelve a empezar de cero cada vez.

Gianni Rodari

Con motivo del centenario del escritor, periodista y pedagogo italiano Gianni Rodari (1920-1980), la Editorial Juventud publica en España El libro de los errores, una de sus obras más representativas, en la que da rienda suelta a sus técnicas narrativas y a sus juegos emblemáticos. Su traductor reflexiona en este artículo sobre su trabajo en esa obra y en otros libros del autor, una labor a caballo entre dos culturas muy próximas y en un tira y afloja constante entre lenguaje y fantasía. Para avanzar siempre por nuevas direcciones con la creatividad como bandera.

Todo empezó, como empiezan muchas cosas, con una llamada a la puerta. El mensajero me entregó un paquete envuelto a prueba de espías: capas y capas de papel, plástico de burbujas y celo, mucho celo. Saqué de un cajón del escritorio el arsenal de herramientas reservado para tales ocasiones señaladas y con paciencia conseguí abrirlo. De su interior emergió un sobre también duro de pelar. Más celo aplicado con generosidad. También salí victorioso del nuevo brete. ¿Y qué había dentro? Pues varios libros de Gianni Rodari y una nota muy breve: «Llámame y lo hablamos».

Señal con la leyenda "Tutte le direzioni"
Señal de tráfico omnidireccional de Alberobello (Apulia)

Lo cierto es que lo mío con Rodari había empezado antes, en el 2009.

Pero no. Lo cierto es que lo mío con Rodari había empezado antes, en el 2009. Aunque de niño tengo la impresión de que habían pasado por mi vida algunos de sus cuentos, no guardaba un recuerdo muy claro de todo aquello, de modo que cuando hace once años la Editorial Juventud me hizo una propuesta me encontré ante un mundo casi completamente nuevo. Acababan de descubrir que en su edición en español de Cuentos por teléfono, publicada originalmente en 1973 con traducción de Ramón Prats de Alòs-Moner e ilustraciones de Jordi Saludes (luego ilustrada desde el año 2012 por Emilio Urberuaga), faltaba y siempre había faltado la historia «Abbasso il nove». ¿Me gustaría traducirla? Me gustaría. Mucho.

El protagonista de aquel cuento era un nueve que, como elemento de una división que estaba llevando a cabo un colegial, se rebelaba contra las normas matemáticas y se negaba a cumplir su función: «No, si ya me olía yo que tendrías alguna excusa preparada, pero no cuela. Grita “abajo la sopa de sobre”, “abajo el sheriff” o incluso “abajo las paparruchas”, pero, ¿a qué viene eso de “abajo el nueve”?». Total, que el nueve se salió con la suya y no bajó a su lugar, el colegial se llevó un suspenso y yo tuve que repasar la olvidada mecánica de la división (o aprenderla en el caso del sistema italiano).

Un conte embolicat, texto de Gianni Rodari e ilustraciones de Alessandro Sanna, Kalandraka

De aquel breve trabajo nació mi interés apasionado en el autor, que ya no se ha apagado. Lo que empezó como un brevísimo romance (si se tiene en cuenta que el volumen recoge en total setenta cuentos y yo he traducido uno solo, la magnitud de mi proeza quedará en su justo contexto) siguió con varias lecturas propias hasta que en el 2014 otra editorial, en este caso Kalandraka, volvió a llamar a mi puerta.

Me proponían traducir al catalán otro libro de Rodari, A sbagliare le storie, un álbum ilustrado por Alessandro Sanna que ya habían publicado en español unos años antes. En la historia, un abuelo con bastante mala uva se dedica a contarle mal el cuento de Caperucita Roja a una santa criatura que va perdiendo la paciencia por momentos. Como en tantas otras ocasiones, tuve la suerte de contar con Tina Vallès como correctora y la traducción, publicada con el título de Un conte embolicat, quedó (quiero creer) ágil y salerosa, con páginas así de estupendas.

Más difícil todavía

Dos años después repetimos equipo cuando Kalandraka me encargó la traducción al catalán de otro álbum de Rodari, A inventare i numeri, también con unas fantásticas ilustraciones de Sanna. Y aquí ya me di de bruces con dificultades nuevas: las rimas tan características de Rodari y las referencias a las lenguas regionales italianas. En el primer aspecto yo creía haber salido airoso hasta que Tina Vallès me llamó la atención y me dijo, con toda la razón del mundo, que no podía forzar la rima de las vocales graves y agudas sin atenerme a las consecuencias.

El original del fragmento en cuestión, en el que la protagonista se inventaba una estupendísima tabla de multiplicar, decía así:

—Io allora inventerò una tabellina:
tre per uno Trento e Belluno
tre per due bistecca di bue
tre per tre latte e caffè
tre per quattro cioccolato
tre per cinque malelingue
tre per sei patrizi e plebei
tre per sette torta a fette
tre per otto piselli e risotto
tre per nove scarpe nuove
tre per dieci pasta e ceci.

Teniendo en cuenta que algunos elementos, como el buey, el café o los zapatos nuevos, debían mantenerse porque aparecían en el dibujo, mi primera versión quedó de esta forma:

Página de Un conte embolicat
Inventem els números, texto de Gianni Rodari e ilustraciones de Alessandro Sanna, Kalandraka.

Luego, tras el tirón de orejas de Tina, en la versión final de Inventem els números lo dejamos así:

Inventem els números, texto de Gianni Rodari e ilustraciones de Alessandro Sanna, Kalandraka.

En cuanto a las hablas regionales también mencionadas antes, los «dialectos» que tanto enriquecen la cultura italiana, Rodari cerraba el cuento así:

—Quanto è lunga questa favola?
—Troppo.
—Allora inventiamo in fretta altri numeri per finire. Li dico io, alla maniera di Modena: unci dunci trinci, quara quarinci, miri miminci, un fan dès.
—E io li dico alla maniera di Roma: unzi donzi tenzi, quale qualinzi, mele melinzi, riffe raffe e dieci.

A menudo hay que alejarse del texto para serle fiel, para ser fiel a su espíritu, a la intención del autor, a lo que dice el texto, no a lo que pone en la página.

Y aquí ya no supe qué hacer. Le di muchísimas vueltas y acabé llegando a la conclusión de que hacer referencia a la forma de hablar de Roma o Módena en la traducción catalana quebraba el ánimo del original y era, en el fondo, la solución fácil. Opté por otra dirección. Me dije, como ya me había dicho tantas veces, que a menudo hay que alejarse del texto para serle fiel, para ser fiel a su espíritu, a la intención del autor, a lo que dice el texto, no a lo que pone en la página. Y habíamos venido a jugar y, sobre todo, a inventar números.

Al final acabé haciendo malabarismos con los giros propios del catalán que me parecieron más adecuados para el espíritu rodariano y la cosa quedó tal que así:

Inventem els números, texto de Gianni Rodari e ilustraciones de Alessandro Sanna, Kalandraka.

Emocionado con mi creciente complicidad con Rodari, salté de alegría cuando a principios del año siguiente (ya estamos en el 2017) la editorial Blackie Books me propuso, gracias a la intercesión de mi compañera Julia Osuna, traducir al castellano su Scuola di fantasia, una amplia recopilación, a cargo de Carmine de Luca, de artículos, ensayos y reflexiones sobre la educación aparecidos originalmente entre 1966 y 1980, año de la muerte del autor. El volumen incluye textos importantes como «Viaje alrededor de mi casa» o el célebre «Nueve formas de enseñar a los niños a odiar la lectura», que a pesar de estar escrito en los años sesenta sigue siendo de una vigencia aplastante (mis recetas preferidas son la segunda, «Presentar el libro como una alternativa a los cómics», y la sexta, «Trasformar el libro en un instrumento de tortura»).

Me topé, por ejemplo, con una buena dosis de canciones y poemas con los que el autor ilustraba sus tesis.

En este caso volví a encontrarme con desafíos ya conocidos y con algunos nuevos. Me topé, por ejemplo, con una buena dosis de canciones y poemas con los que el autor ilustraba sus tesis. El trabajo de traducción de Escuela de fantasía fue intensísimo, debido a la dificultad del texto, a problemas personales y a las prisas propias del mundo editorial, pero quedé muy satisfecho y lo mandé con gran alivio. El libro se publicó a los pocos meses y me dije que mi aventura con Rodari había llegado a su fin… hasta que quince días después recibí aquel paquete encelado a prueba de espías.

Apueste por uno

Fue una tarde de otoño del 2017. De repente, tenía encima de la mesa varios libros de Rodari, de quien creía que me había despedido por una buena temporada, y aquella escueta nota en un tarjetón de Juventud: «Llámame y lo hablamos». Llamé. Lo hablamos.

La editorial quería sacar un nuevo título del autor con vistas a repetir el éxito de Cuentos por teléfono, uno de los títulos más destacados de su catálogo, y me proponía traducirlo al castellano y al catalán. Pero primero había que decidir cuál. Me habían mandado los que estaban barajando y me pedían mi opinión.

De inmediato, el que me conquistó fue Il libro degli errori, que me pareció un compendio de todo lo que me gustaba de Rodari: allí estaban todo su ingenio, sus juegos de palabras, sus binomios fantásticos, su clara intención didáctica y moral, sus rimas y su mano a mano con el absurdo más lúdico. Pero, ay, ni las ilustraciones ni el formato me gustaban en absoluto. Era un libro (que Dios me perdone) feúcho. En cambio, de otro de los candidatos me había llegado una edición preciosa, aparte de que el texto también era fantasía rodariana de la buena y, para qué negarlo, las dificultades de traducción parecían muchas menos.

Le di vueltas durante días y al final me emocioné, tomé aire y aposté por Il libro degli errori. Y resultó que los editores se mostraron muy receptivos.

Le di vueltas durante días y al final me emocioné, tomé aire y aposté por Il libro degli errori. Y resultó que los editores se mostraron muy receptivos. Todo fueron alegrías hasta que, unas semanas después, la cosa se concretó y hablamos de fechas: con los compromisos que ya tenía adquiridos, solo podía permitirme hacer una de las dos versiones. Una verdadera lástima, porque siempre disfruto enormemente con la experiencia de traducir un mismo libro a los dos idiomas y en este caso habría sido especialmente fructífera, ya que a la fuerza, como veremos a continuación, las dos versiones debían variar enormemente. Por fortuna, la editorial encontró para el catalán a una traductora de primerísima fila y además experta en Rodari, Teresa Duran (recientemente galardonada con el Premio Trayectoria 2020 de la Semana del Libro en Catalán). Y yo me quedé con el castellano. Firmamos el contrato y quedamos en volver a hablar en primavera.

Sin embargo, a medida que pasaban las semanas me sentía cada vez más inseguro. Decidí solicitar una estancia en la Casa delle Traduzioni de Roma, en parte porque eso me ayudaba a dejar de pensar en los problemas que tenía por delante hasta el día de abril en que me tocaba subirme al avión. Y seguí traduciendo otro libro.

Se me apareció ante los ojos la señal de tráfico más maravillosa y poética del mundo.

Más adelante, ya poco antes del viaje, retomé el de Rodari. Mi principal empeño era respetar el espíritu del autor, pero ¿dónde veía yo su espíritu? ¡Si era uno de los grandes renovadores de la literatura infantil y juvenil! ¡El «padre de todo», según la experta en literatura infantil y juvenil y en ilustración Piu Martínez! Pues sobre todo lo veía en su habilidad para el juego, en su defensa a ultranza del cultivo de la creatividad («no para que todo el mundo sea artista, sino para que nadie sea esclavo»), en su destreza para activar la imaginación de los niños con toda suerte de recursos y en su lucha por la apertura de nuevos caminos, muchos caminos. Estaba ante un mago, un autor de una genialidad desbordante, con un oído muy afinado para la lengua oral, que sabía trabajar con constantes juegos de palabras, rimas, encabalgamientos, cabriolas y dobles sentidos. Y entonces, de repente, fue como si Rodari me dijera en un sueño que me daba carta blanca, como si me animara a aplicar sus técnicas fantásticas al proceso de traducción. Y se me apareció ante los ojos la señal de tráfico más maravillosa y poética del mundo, la que a la salida de una población da alas a la imaginación al permitirnos ir, por una sola carretera, en todas direcciones. Esa iba a ser mi divisa.

Todas las direcciones llevan a Roma

Por fin llegó el momento. Viajé, me instalé en la residencia de traductores de la Via degli Avignonesi, en pleno centro romano, y puse Il libro degli errori encima de la mesa. Las rimas y los cuentos estaban agrupados en tres partes: «Errores para un lápiz rojo», «Errores de pensar poco» y «A buscar el error». Desde el principio vi que la que me daría más quebraderos de cabeza (y más satisfacciones) sería la primera, centrada sobre todo en errores lingüísticos: problemas de ortografía y pronunciación de todo tipo provocaban que las cosas dejaran de funcionar, que el mundo acabara del revés y que hasta el agua dejara de salir de los grifos. Y en muchos casos el sufrido profesor Gramáticus, adalid de la corrección, terminaba al borde del infarto o, como mínimo, del sangrado ocular.

Más que nunca, aquello pedía una recreación, porque, como decía Mario Merlino, traductor que trabajó a fondo la obra de Rodari, este tipo de textos exige una «con-fusión» con el autor. Lo malo era que necesitaba ideas geniales en todas las esquinas: al ser textos cortos, una buena ocurrencia solo me servía para una página o una página y media.

También recopilé muchos nombres propios italianos en un morral que, como luego veremos, me resultaría muy útil.

En un primer momento empecé buscando una solución relato por relato, estrofa por estrofa, pero aquello era agotador y me costaba seguir un ritmo mínimamente productivo, de modo que decidí parar y recopilar un buen surtido de posibles errores para luego ver dónde encajaba mejor cada uno. Y así me hice con un arsenal de palabras tritónicas (habito, hábito, habitó), de tildes cuya ausencia daba lugar a confusiones, de faltas de ortografía graciosas con ges y jotas y bes y uves, de infinitivos que usurpaban el lugar de imperativos, de haches cuya ausencia podía provocar entuertos, de palabras que cambiaban de significado al cambiar de género… Y también recopilé muchos nombres propios italianos en un morral que, como luego veremos, me resultaría muy útil.

Y empecé de nuevo. Quise centrarme en unas expresiones y un vocabulario que conectaran con los niños, que buscaran su complicidad, con soluciones como «la calle de los Gazapos», «el País de las Cabezas Ligeras» o «la máquina chupaerrores», y poco a poco fui encontrando equivalentes a los absurdos y los equívocos del texto. Algunos eran fáciles: si en el original el profesor Gramáticus se lamentaba porque uno de sus alumnos escribía bosci en lugar de boschi, en mi traducción el error era poner vosque y no bosque; si en italiano la evaporación hacía que el acqua se quedara en una incorrecta acua que impedía hacer la colada, bañarse o que flotaran los submarinos, en español la condensación provocaba que al agua le saliera una hache espuria que daba lugar a un hagua escrita a lo bruto que dejaba el mismo mal sabor de boca.

Sin embargo, no todo fue igual de sencillo. Rodari se centraba en varias ocasiones en los «dialectos» a los que ya me he referido al principio, es decir, las otras lenguas de Italia: escribía en una época en que el italiano estándar aún estaba acabando de asentarse en todo el país y tildaba de errores muchas variantes regionales. Yo, en cambio, no quería ni podía considerar como un error ningún rasgo dialectal del español: ni el ceceo ni el seseo, por ejemplo, tenían cabida. Eso me limitaba bastante, porque me dejaba con escasos errores de pronunciación, a los que Rodari recurría a menudo, y tenía que concentrarme más en las faltas de ortografía, un campo en el que, por suerte, el genio del español se ha mostrado siempre muy fértil. Así, si en el cuento original «Un incidente», la mala pronunciación de la benzina como bensina daba al traste con una excursión, en español la conversación pasaba a intercambio epistolar y la excursión era fallida porque no se había escrito la equis, no porque hubiera dejado de pronunciarse:

El libro de los errores, texto de Gianni Rodari e ilustraciones de Chiara Armellini, Juventud.

Y unas pocas páginas más allá, en un poema como «La voce della coscenza», el error era tan difícil de replicar que, recordando el permiso para avanzar en todas direcciones que en sueños me había dado Rodari, eché mano de mi surtido de tropezones patrios y saqué uno que me permitió ser fiel al espíritu de la ocurrencia italiana en cuestión con mis propios instrumentos. La traducción quedó así:

El libro de los errores, texto de Gianni Rodari e ilustraciones de Chiara Armellini, Juventud.

También es cierto que, por fortuna, tras sudar tinta durante todo un día en mi retiro romano podía llegar a un cuento en el que el problema italiano fuera fácilmente trasladable al español, como en el caso de «La hache a la fuga». Y suspiraba aliviado. La pobre hache en cuestión, una hache de tres al cuarto que no presumía de nada, sufría al verse ninguneada, puesto que nadie la pronunciaba, nadie la valoraba. Si es que no sabía ni hablar: era una letra muda. Sin embargo, ella sabía que había países donde la hache era una señora letra que tenía su peso, de modo que un buen día, sin decir ni pío, hacía un hatillo con sus escasas posesiones y se marchaba a Alemania en autoestop. Para ser alguien. El lío resultante era morrocotudo, como podrán imaginarse, pero por suerte la detenían a tiempo mientras intentaba cruzar la frontera clandestinamente (porque, claro, no tenía pasaporte) y, prometiéndole todo el respeto que se merecía, la convencían para que se quedara. Por descontado, los huertos volvían a dar hortalizas y los helicópteros y los hidroaviones volaban de nuevo con sus hélices en plena forma.

Y así, pegándome al original o alejándome cuando tocaba, fui avanzando… aunque ni mucho menos a la velocidad deseada. Se me echó encima el momento de volver a Barcelona y no tenía ni la mitad del libro traducido. ¡Horror!

No se vayan todavía, aún hay más

No me quedaba más remedio que dar ese paso tan temido por todo traductor: tenía que pedir una prórroga.

No me quedaba más remedio que dar ese paso tan temido por todo traductor: tenía que pedir una prórroga. Por suerte, en la editorial no me pusieron ningún problema. La publicación del libro se había retrasado y me daban seis meses más. ¡Aleluya! Podía seguir dando vueltas y más vueltas a mis adorados errores, que eran errores lingüísticos y no lingüísticos, errores que cambiaban la realidad y estaban cargados de posibilidades. Ya lo decía el propio autor: «Los errores no están en las palabras, sino en las cosas; hay que corregir los dictados, pero sobre todo hay que corregir el mundo». En el libro su intención didáctica era evidente, y yo no podía dejar de tenerlo presente al ponerme en su piel para recrearlo en español. Había un propósito moral claro. Al tiempo que corregía y educaba con una ironía finísima, Rodari quería abrir la puerta a que sus lectores aprendieran a cuestionar el mundo que los rodeaba. Y que la fantasía entrara como un vendaval en las aulas.

Quise tratar a mis lectores como seres capaces de identificarse con un personaje que pudiera llamarse Enrico y no Enrique y viviera en Módena y no en Burgos.

Sin duda alguna, un aspecto que trabajé especialmente en esa segunda etapa implicaba resoluciones firmes. Y es que desde el principio tuve claro que no quería naturalizar, que la solución no era españolizar las situaciones. En mi opinión, el gran logro de Rodari es haber concebido un tipo de cuento que se dirige al niño creador, que lo ayuda a enriquecerse, a construir mientras se educa, que no lo toma por tonto y que no simplifica ni plancha el lenguaje: por eso sabe conectar tan bien con niños y padres por igual. Como dice el especialista en didáctica de la lectura José Luis Polanco, Rodari se dirige a los niños como lo que son, los trata como seres inteligentes e imaginativos. En consecuencia, yo quise tratar a mis lectores como seres capaces de identificarse con un personaje que pudiera llamarse Enrico y no Enrique y viviera en Módena y no en Burgos. Marco y Mirco, los gemelos terremoto, seguirían siendo Marco y Mirco, mientras que Orlando Parini, Rosetta, Francesco Giuseppe u Oscar Bestetti también se quedarían como estaban.

No obstante, a pesar de que en la mayoría de los casos dejé los antropónimos italianos, en alguna que otra ocasión también me pareció adecuado adaptarlos, tirar del morral del que hablaba antes y buscar alternativas por cuestiones de rima, de humor o de dobles sentidos. En momentos así preferí acercar los referentes, pero sin españolizarlos; por ejemplo, el árbitro Giustino sigue teniendo un nombre italiano al transformarse en árbitro Mariano (pero funciona mejor), Dick Fapresto conserva la gracia del original cuando se convierte en Dick Pimpampum y, por su parte, Giocondo Corcontento se deja transmutar en Rodolfo Caracontento, carpintero con talento, sin perder un ápice de su vivacidad. Y algún que otro topónimo también varió: un buen hombre que en el original no se sabía si era de Cesena o de Gallarate (o quizá de Avellino o de Montepulciano) pasó a ser de Ragusa o Siracusa (o puede que de Carrara o de Ferrara).

En otros casos, la equivalencia salía sola: el cuento sobre las repúblicas limítrofes de Sempronia y Tizia, enfrentadas desde la noche de los tiempos, está protagonizado en español por las repúblicas de Fulania y Mengania (puesto que Tizio, Caio y Sempronio son los equivalentes italianos de Fulano, Mengano y Zutano) y sus habitantes son los fulanitos y los menganitos.

Y así, pasito a pasito, acabé el primer borrador de la traducción. En la siguiente fase trabajé las rimas, lo que a veces me obligó a reescribir la traducción en gran medida, como en este caso, en el que la versión final tiene poco que ver con mi primer planteamiento:

El libro de los errores, texto de Gianni Rodari e ilustraciones de Chiara Armellini, Juventud.

También en ese momento acabé de resolver los problemas en los que me había atascado inicialmente, como, por ejemplo, los de «Viaggio in Lamponia», donde Rodari cuenta que ha viajado en máquina de escribir a la fantástica Lamponia con solo equivocarse en una tecla al escribir «Laponia». En ese dulcísimo país lleno de lamponi o frambuesas tampoco faltaban las fresas y los arándanos, ni las frecuentes visitas de mariposas, abejas y niños de sombrerito blanco que en un abrir y cerrar de ojos quedaba negro de moras. ¿Qué hacer? Fue uno de los casos en los que la traducción se atascó más, hasta que por fin pasamos a otro continente con solo cambiar una zeta por una erre:

El libro de los errores, texto de Gianni Rodari e ilustraciones de Chiara Armellini, Juventud.

La conquista de la realidad

Por fin, aquel otoño me sentí satisfecho con el resultado general y mandé la traducción a Juventud, que me informó de un nuevo retraso en su programación. Las correcciones y las acertadísimas sugerencias de la revisora, Teresa Ferran, llegaron ya en marzo del 2019. Luego el libro se maquetó, se corrigió de nuevo y finalmente la editorial decidió esperar a este año del centenario del autor para publicarlo, un año Rodari que deja maravillas como la nueva edición de Gramática de la fantasía, publicada por Kalandraka con traducción castellana de Andrea Carroggio y Ana Díaz-Plaja y gallega de Silvia Gaspar y una estupenda cubierta de Pablo Otero, o El libro de Gianni Rodari que han editado Jorge de Cascante y Alice Incontrada para Blackie Books, ilustrado por Marta Altés y traducido al castellano por Jordi Martí Garcés y al catalán por Yannick Garcia.

La lujosísima edición, con diseño y maquetación de Mercedes Romero, queda muy lejos del libro poco atractivo que yo había visto tres años antes.

El libro de los errores salió esta primavera, pues, con todos los honores. La lujosísima edición, con diseño y maquetación de Mercedes Romero, queda muy lejos del libro poco atractivo que yo había visto tres años antes y saca todo su brillo a las ilustraciones de Chiara Armellini. Y, para seguir con la celebración, también se reeditó Cuentos por teléfono con un nuevo diseño de Romero y nuevo color para las ilustraciones de Urberuaga.

Luego, cosas de los nuevos tiempos, la presentación de El libro de los errores fue telemática y a lo grande: el 21 de mayo el escritor y librero Germán Machado moderó una charla a cuatro voces entre los mencionados expertos en la obra rodariana José Luis Polanco y Piu Martínez, la editora de Juventud Élodie Bourgeois y yo como traductor de la obra. En el público, más de quinientas personas.

Para mí fue muy emocionante poder hablar de mi trabajo y escuchar lo que tenían que decir los demás sobre el texto y sobre el cultivo de la fantasía del autor, que es ni más ni menos que una vía para conquistar la realidad, para conocerla y reconstruirla a nuestro antojo. Y es que Rodari es sobre todo un escritor de la esperanza, un escritor que cree en la fuerza innata de la creación y en el poder liberador de la palabra y lo apuesta todo a esas dos cartas.

Ya solo quedaba hacer inventario de… ¡los errores que se nos habían colado en El libro de los errores!

Ya solo quedaba hacer inventario de… ¡los errores que se nos habían colado en El libro de los errores! De momento lloramos la ausencia de alguna tilde y de algún signo de puntuación timorato, así como la invasión indeseada de un romanísimo Hércules en mitad de una fiesta de sus helenos primos los Heracles. Claro que seguro que hay más, escondidos en el cuento del triste Enrico, en el Museo de las Faltas o en la barba del profesor Guidoberto Domiziani.

Las cuatro obras de Gianni Rodari traducidas por Carlos Mayor.

Ilustraciones de los libros cortesía de Kalandraka y Editorial Juventud.

Bibliografía

Ares Seijo, Ivana. «Gianni Rodari. El liberador de las palabras». Cuadernos de Literatura Infantil y Juvenil [Mataró], año 32, 287 (enero-febrero del 2019), páginas 27-32.

Barcia Mendo, Enrique. «La herencia surrealista de Gianni Rodari. Temática de los libros para niños». Cuadernos de Literatura Infantil y Juvenil [Barcelona], año 18, 187 (noviembre del 2005), páginas 21-27.

Corroto, Paula. «Gianni Rodari, el comunista que enseñó a los niños a amar los libros». El Confidencial (25 de enero del 2020).

Garralón, Ana. «Traducir a Rodari. Entrevista a Mario Merlino». Educación y Biblioteca [Madrid], año 2, 5 (1990), páginas 54-55.

Martínez, Araceli Scherezada. «Gianni Rodari y la otra poesía». Cuadernos de Literatura Infantil y Juvenil [Mataró], año 32, 288 (marzo-abril del 2019), páginas 52-55.

Polanco, José Luis. «Gianni Rodari o la palabra comprometida. Pequeña biografía de un gran escritor». Cuadernos de Literatura Infantil y Juvenil [Barcelona], año 18, 187 (noviembre del 2005), páginas 8-11.

Polanco, José Luis. «Cuentos por teléfono, un clásico del siglo xx». Peonza [Santander], año XXIX, 112 (marzo del 2015), páginas 13-21.

Polanco, José Luis. «Viaje al planeta Rodari. Temática de los libros para niños». Cuadernos de Literatura Infantil y Juvenil [Barcelona], año 18, 187 (noviembre del 2005), páginas 12-20.

Rodari, Gianni. A inventare i numeri. Turín: Emme, 2006.

Rodari, Gianni. A sbagliare le storie. Turín: Emme, 2003.

Rodari, Gianni. Cuentos por teléfono, traducción de Ramón Prats de Alòs-Moner con una aportación de Carlos Mayor. Barcelona: Juventud, 2012.

Rodari, Gianni. Gramática de la fantasía. Introducción al arte de contar historias, traducción de Mario Merlino. Barcelona: Aliorna, 1989.

Rodari, Gianni. Gramática de la fantasía. Introducción al arte de inventar historias, traducción de Andrea Carroggio y Ana Díaz-Plaja. Pontevedra: Kalandraka, 2020.

Rodari, Gianni. El libro de los errores, traducción de Carlos Mayor. Barcelona: Juventud, 2020.

Rodari, Gianni. Escuela de fantasía. Reflexiones sobre educación para profesores, padres y niños, traducción de Carlos Mayor. Barcelona: Blackie Books, 2017.

Rodari, Gianni. Favole al telefono. Turín: Einaudi Ragazzi, 1962.

Rodari, Gianni. Il libro degli errori. Turín: Einaudi, 1964.

Rodari, Gianni. Inventem els números, traducción de Carlos Mayor. Barcelona: Kalandraka, 2017.

Rodari, Gianni. Scuola di fantasia. Turín: Einaudi, 2014.

Rodari, Gianni. Un conte embolicat, traducción de Carlos Mayor. Barcelona: Kalandraka, 2015.

Carlos Mayor
Carlos Mayor
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Es traductor, periodista y profesor. Está especializado en narrativa, ensayo, novela gráfica y libros ilustrados. Desde 1989 ha traducido más de cuatrocientos títulos, solo o en colaboración, de autores como Andrea Camilleri, Carlo Collodi, Thomas Hardy, Cesare Pavese, Vita Sackville-West, Edith Wharton, Oscar Wilde o Tom Wolfe, así como de seis premios Nobel: Albert Camus, Grazia Deledda, Rudyard Kipling, Doris Lessing, Toni Morrison y John Steinbeck. Ha ganado los premios Esther Benítez y Astrid Lindgren. Asimismo, es miembro del equipo de traductores de proyectos expositivos Barcelona Kontext, escribe sobre traducción para diferentes publicaciones e imparte charlas y cursos. Es además profesor de la Escuela Cursiva del Grupo Penguin Random House. En la actualidad forma parte de distintas comisiones de la Federación Internacional de Traductores (FIT), la Red Vértice y la Asociación Profesional de Traductores e Intérpretes de Cataluña (APTIC), de la que ha sido presidente. Es también socio de ACE Traductores, del ICOM y de CEDRO.

Carlos Mayor
Carlos Mayor

Es traductor, periodista y profesor. Está especializado en narrativa, ensayo, novela gráfica y libros ilustrados. Desde 1989 ha traducido más de cuatrocientos títulos, solo o en colaboración, de autores como Andrea Camilleri, Carlo Collodi, Thomas Hardy, Cesare Pavese, Vita Sackville-West, Edith Wharton, Oscar Wilde o Tom Wolfe, así como de seis premios Nobel: Albert Camus, Grazia Deledda, Rudyard Kipling, Doris Lessing, Toni Morrison y John Steinbeck. Ha ganado los premios Esther Benítez y Astrid Lindgren. Asimismo, es miembro del equipo de traductores de proyectos expositivos Barcelona Kontext, escribe sobre traducción para diferentes publicaciones e imparte charlas y cursos. Es además profesor de la Escuela Cursiva del Grupo Penguin Random House. En la actualidad forma parte de distintas comisiones de la Federación Internacional de Traductores (FIT), la Red Vértice y la Asociación Profesional de Traductores e Intérpretes de Cataluña (APTIC), de la que ha sido presidente. Es también socio de ACE Traductores, del ICOM y de CEDRO.

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