25 abril 2024
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Dragon Naturally Speaking: ventajas y errores

Especial ergonomía

Un programa de reconocimiento de voz es una herramienta muy útil para un traductor, pero exige que estemos muy atentos a las palabras que escribe. Y es que, aunque siempre estén correctamente escritas, a veces no son las que hemos dictado. En ocasiones aparecen palabras fuera de contexto que pueden crear expresiones muy cómicas, algunas verdaderamente hilarantes. Se trata de errores que debemos corregir sin falta. En este artículo se destaca la importancia de una buena corrección antes de dar una traducción por terminada: la clave de humor no nos debe hacer olvidar la seriedad de la corrección.

Un programa de reconocimiento de voz es una herramienta muy útil para un traductor. Permite trabajar muy relajadamente, hablando al ordenador para que vaya escribiendo en la pantalla lo que uno traduce. Es una gran ventaja, porque resulta menos cansado dictar 3 000 palabras diarias que teclearlas. Tal como publiqué en su día en sendos artículos que están disponibles en la red (Serrahima, 2009a y 2009b), Dragon es un buen programa, intuitivo y fácil de usar. Permite dictar con mucha precisión, revisar el texto dictado leyéndolo uno mismo o dejando que el programa lo lea en voz alta, e incluso permite trabajar sin tener el ordenador delante. También tiene algún inconveniente, claro. Uno de ellos es que, si bien existe una versión para Mac, su versión española, en la fecha en que se escribe este artículo, solo está disponible para Windows; además, presenta algunas incompatibilidades con los programas que trabajan con memorias de traducción, y exige una mayor atención a la hora de revisar los textos, una revisión que hay que hacer en soledad. Y es que, por mucho que lo entrenemos, por mucho que nos esforcemos en dictar cuidadosamente, la precisión del dictado difícilmente supera el 90 %.

Pero ese casi 10 % de «imprecisión» en realidad aporta un valor añadido. Como se trata de un buen programa, respeta las reglas de ortografía y solo escribe palabras correctas. Así que las imprecisiones no son nunca incorrecciones, sino solamente palabras que quedan fuera de contexto. Inicialmente el traductor bisoño podría alegrarse de ello: el programa no comete errores. Poco tardará en darse cuenta de la perversidad que esto implica: las palabras imprecisas no son detectadas por los correctores ortográficos habituales. Sorprendentemente, el creador del programa no incluye este dato en su publicidad, porque algunas veces esas palabras imprecisas alegran la vida del traductor, tan amenazada por la monotonía. Una parte de las imprecisiones del programa en realidad son ingeniosísimos juegos de palabras. Eso nos conduce a otra servidumbre del programa, que unos verán como un inconveniente y otros como un valor añadido: el traductor necesita aprender la habilidad de los camaleones, leer con un ojo el texto original y con el otro el dictado que va apareciendo en la pantalla.

Con el tiempo uno llega a sonreír, incluso a gozar de momentos gloriosos con algunas de las ocurrencias del programa

Claro que esto implica un cierto período de aprendizaje, pero ¿qué programa no lo exige? Al principio uno se acostumbra a identificar los errores más habituales, los que el programa suele cometer (aunque a veces no sean del programa, sino de pronunciación: confieso que en mi caso, la mayoría de las veces que dicto algún adverbio terminado en -mente, en la pantalla aparece «mente en»). Los primeros errores ponen muy nervioso al traductor poco avezado, que teme por las posibles consecuencias que pudieran tener sobre su relación con la agencia o el cliente final. Pero con el tiempo uno llega a sonreír, incluso a gozar de momentos gloriosos con algunas de las ocurrencias del programa. Ameniza incluso los textos más sesudos y aburridos, como se verá en esta recopilación reciente de algunas de las jugadas más interesantes de una traducción técnica, que constituye una demostración irrebatible de que la fonética y la ortografía no siempre van de la mano.

Veamos en primer lugar algunas imprecisiones con los números. Al dictar «por ciento» pretendo que en pantalla aparezca el símbolo «%», pero no siempre es así: ocasionalmente leo «por 100», a veces «x 100». O bien, al dictar «un» pretendo que el programa escriba el artículo indeterminado, pero con cierta frecuencia escribe «1». Así es como puede aparecer alguna frase un poco confusa, como esta: «hasta 1100 por 104 horas después». En realidad es fácil imaginar que corresponde a este dictado: «hasta un 100 % 4 horas después». El programa tampoco es muy preciso con los números en general, y utiliza indistintamente las palabras o las cifras. Hay que estar atento si uno quiere que ponga «9» o «nueve», pongamos por caso. Y en mis dictados confunde con frecuencia el 6 con el 7, quizá porque mi pronunciación no sea todo lo clara que debiera. A estos errores se acostumbra uno rápidamente; incluso al dictarlos ya prestamos más atención de la habitual; sin embargo, a veces hay que agudizar un poco más el ingenio, como cuando leemos en pantalla «en 1604,2 x 1001 85,8 %». No se asuste el lector novel: solo los usuarios más expertos se habrán dado cuenta de que esa frase corresponde al dictado de «en un 64,2 % y un 85,8 %». Es que el programa es así: cuando se pone las pilas desborda la imaginación del camaleón más experto.

También se dan confusiones con palabras casi homófonas, zancadillas que obligan al corrector a estar muy atento. Por ejemplo, cuando el programa ha escrito «ha menudo» en lugar de «a menudo», o bien « no se deben dañar ni lavar» en lugar de «no se deben bañar ni lavar». Una de las jugadas más ingeniosas del programa fue la que convirtió un «ataque de glaucoma» en un «ataque de clavo,». ¿No aprecia el lector el ingenio del programa? Fíjese que no dice «clavo» sino «clavocoma». Brillante, ¿verdad? Otras menos sorprendentes fueron «evita la suciedad», que se convirtió en «evita la sociedad», o «para administrarlo a los patos», que se convirtió en «para administrarlos pastos». No dudo que alguna vez el error se debiera a una mala pronunciación del autor. Al fin y al cabo, hablando varias horas al día, la voz y la lengua también se cansan. Eso explica que la palabra «pulgas» apareciese alguna vez como «públicas», alguna como «purgas» e incluso una como «curdas» (esta última me hizo saber que se podían «prevenir las infestaciones de curdas»). También explica que algún «perro» se convirtiera en «pero» o en «carro». Pero otras son fruto de la deportividad del programa, como la «queratoconjuntivitis» que apareció en pantalla como «pirata conjuntivitis», el tratamiento «para la sarna sarcóptica» que fue «pasarnos su óptica» y «los veterinarios» que se transformaron en «Suéter y nervios». De todas ellas, las que más alegraron mi trabajo de traductor fueron las que invitaron a otros amigos a participar del tan entretenido arte de la traducción de oído. Instantes gloriosos en que los «bocados con sabor a carne» fueron «bocados con sabor a Carmen», los «ácaros de la oreja» se convirtieron en «Carlos de la oreja» y un «producto opaco» ofreció la alternativa de un «producto o Paco».

En resumen, los programas de dictado ahorran trabajo al traductor y le alegran la vida. Claro que exigen estar muy atento en el momento de la revisión: todos los ejemplos que se citan en este artículo son reales. Ese tipo de errores aparecen, pero no se asuste el aprendiz de camaleón, que si he tenido ocasión de recopilarlos es porque gracias al programa de dictado pude aceptar una traducción de más de 27 000 palabras en 8 días laborables. Y no solo la acabé a tiempo, sino que pude hacerlo sin dolores en los dedos ni tendinitis en los antebrazos. Y además, me eché unas buenas risas que —en los tiempos que corren y trabajando solo— son muy de agradecer.

Referencias

Serrahima, Lorenzo (2009a): «El programa de reconocimiento de voz Dragon Naturally Speaking», Panace@ 10 (29): 72-75.

Serrahima, Lorenzo (2009b): «Reconocimiento de voz de Windows Vista: ¿mejor, igual o peor que Dragon Naturally Speaking?», Panace@ 10 (29): 76-79.

Llorenç Serrahima
+ artículos

Es licenciado en Veterinaria (Zaragoza, 1980) y MBA (ESADE, 1995). Traductor autónomo desde 1997, del alemán, del inglés y del francés al español y al catalán, especializado en temas de medicina y salud en general. Ahora, con dos hijos ya mayores que vuelan solos, dedica su tiempo libre al montañismo, al teatro y a la poesía. Esta última le ha llevado incluso a hacer alguna incursión en la traducción literaria por el puro placer de verter al castellano y al catalán algunas poesías de las alemanas Hilde Domin y Mascha Kaléko.

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