23 abril 2024
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Asociarse y ‘desasociarse’

«No me asocio porque a mí una asociación de traductores no me aporta nada.» «Yo estuve asociado, pero me borré porque no se hace nada en mi ciudad.» «Para los que somos autónomos es mucho más efectivo montarnos una buena página web o un blog que afiliarnos a una asociación de traductores.»

He ahí tres comentarios que siempre me han conturbado. Como España no es tradicionalmente un país asociacionista, no me extraña la postura de rechazo hacia las asociaciones profesionales. Pero los argumentos de arriba son discutibles, de modo que me gustaría aprovechar la oportunidad que me brinda esta sección para rebatirlos.

Vayamos por partes:

Una asociación de traductores no es una empresa de servicios

1) «No me asocio porque a mí una asociación de traductores no me aporta nada.» Una asociación de traductores no es una empresa de servicios. No es una agrupación que, a cambio de una módica cuota anual, ofrece una serie de ventajas y premios a sus afiliados. No es una aseguradora, ni un proveedor de programas formativos, ni una consultoría. No es tampoco un ente de colegiación obligatoria que cobra una cuota para permitir a sus asociados el ejercicio de una profesión, ni es un club selecto al que solo pueden acceder elegidos destacados.

Una asociación de traductores es, simplemente, una oportunidad: una oportunidad que se ofrece al traductor que empieza (o al que ya lleva años en esto) de

  • ponerse al día rápidamente en cuestiones de importancia, como la situación del mercado, las necesidades del colectivo o las últimas tendencias en cuestiones técnicas;
  • plantear dudas de cualquier tono (profesional, legal…), contactar con otros compañeros (a través de los cuales no pocas veces llegan ofertas de trabajo) y abrirse a la realidad del mercado de la traducción;
  • ofrecer apoyo y colaboración solidarios a otros colegas, e incluso impartir clases, cursos o conferencias de forma voluntaria o remunerada;
  • recibir en ocasiones ciertos servicios (seguros, asesoría, adquisición de libros) a precios rebajados que hayan sido negociados por la asociación para sus socios.

No es cierto, por tanto, que una asociación de traductores no aporte nada. Al traductor autónomo, que normalmente vive condenado al aislamiento frente al ordenador en su propio despacho, la asociación le permite abrir una ventana al mundo real de la profesión, contactar con sus pares e intercambiar ideas, dudas y conocimientos. Una asociación de traductores como Asetrad, sin ir más lejos, ofrece la oportunidad de conocer a profesionales de gran experiencia, permite compartir y aclarar dudas en sus foros especializados, e incluso permite publicar artículos propios y dar a conocer valores profesionales en cursos para otros traductores y en publicaciones como esta nuestra Linterna.

La asociación le permite abrir una ventana al mundo real de la profesión, contactar con sus pares e intercambiar ideas, dudas y conocimientos.

Una asociación de traductores, además, supone una oportunidad de actuación para quienes son originales, creativos y generosos. Porque originales, creativos y generosos fueron los compañeros que idearon ese excelente programa de cálculo de rendimiento que es CalPro, y lo pusieron a disposición de todos nosotros. Originales, creativos y generosos son quienes ponen su tiempo y sus conocimientos al servicio de la junta directiva de Asetrad. Y, aunque sea redundar en lo dicho desde el editorial de este número, clamo que muy originales, muy creativos y muy generosos son también aquellos compañeros que durante semanas colaboran con La Linterna y trabajan con ahínco para que otros traductores puedan disfrutar una revista de traducción que nos interese a todos.

Rebatido queda el punto uno: una asociación de traductores aporta mucho.

Cualquier socio puede colaborar organizando actos, cursos, conferencias o actividades de interés profesional en su lugar de residencia.

2) El «en mi lugar de residencia no se hace nada» es un argumento que me hiere especialmente, tal vez por ese «se hace» que parece querer implicar que las cosas no las hacemos las personas con voluntad y esfuerzo, sino que se hacen (o no se hacen) de forma automática, anónima y gramaticalmente cuasirrefleja. Precisamente una asociación de traductores de alcance nacional como Asetrad ofrece grandes oportunidades por lo que a organización y difusión de actividades se refiere. Cualquier socio puede colaborar organizando actos, cursos, conferencias o actividades de interés profesional en su lugar de residencia, y llevarlos incluso a otras provincias, si está dispuesto a viajar para hacerlo. Contará para ello con el apoyo de la junta y muy probablemente, si el acto convocado es interesante, con la asistencia y la colaboración de otros colegas de la zona. El argumento de «en mi lugar de residencia no se hace nada» destila pasividad y, cuando significa «estoy esperando a que alguien venga aquí a organizarme algo en mi pueblo, que para eso pago», me atrevo a decir que refleja un desconocimiento muy ingenuo de lo que es la vida asociativa.

Como una asociación profesional no dispone de fondos ilimitados y está supeditada a la colaboración de sus socios, es fundamental que sean sus socios los que inicien las actividades. Un traductor profesional con ganas reales de más actividad no se sienta a esperar a que se haga algo: busca la ayuda de su asociación y promueve actividades. Una conferencia, una tertulia, la presentación de un libro, una charla en un centro cultural… La asociación lo ayudaría a hacer eso, a divulgar cualquier tema que fuera de su interés y a presentarse como profesional de referencia en su entorno inmediato.

Considero, pues, que la queja segunda también queda rebatida.

3) Tener un blog, una web, un ciberespacio o un rincón virtual donde darse a conocer profesionalmente es sin duda importante para un traductor autónomo. Pero como lo cortés no quita lo valiente, hacerse con una personalidad profesional seria y respaldada por otros colegas que nos conocen, que saben de nuestro trabajo en la asociación, que leen nuestros comentarios en la lista profesional y que saben quiénes somos a través de nuestras interacciones con otros asociados es igualmente importante. Porque en un blog o en una web propia uno puede lucirse mucho (o poco también, lamentablemente), pero para evaluar la solvencia profesional de un compañero yo —personal y subjetivamente— me fío mucho más de lo que sé de él a través de su actuación pública en un entorno entre iguales (congresos de la asociación, listas de correo, actividades asociativas, publicaciones) que de las florituras curriculares que tenga a bien contarme en su propio espacio virtual.

Es así de sencillo: cuando tengo trabajo que externalizar, yo interpelo a colegas que conozco a través de la asociación y de los foros públicos profesionales; a personas que me han impresionado por su saber hacer, por sus comentarios y sus actuaciones profesionalmente impecables. Por sus obras los conoceréis, opino, no por las maravillas que cuenten de sí mismos a través de sus tuiteos. Estar asociado y ser conocido como persona seria y fiable en el entorno de la asociación es para un profesional de la traducción tan importante o más que la imagen pública que pueda forjarse a través de su web o su blog personal.

Y así desestimo la tercera opinión antiasociacionista del primer párrafo.

Siguiendo con un ejemplo que conozco de cerca, añado que cuando hace casi diez años empezó a gestarse la asociación Asetrad, los que nos embarcamos en aquel proyecto no lo hicimos para crear una asociación que nos reportara beneficios económicos, que nos hiciera actividades en la puerta de nuestra casa ni que nos ofreciera cursitos y cursazos a cambio de una módica cuota anual.

Lo que queríamos era unir nuestras fuerzas para poner al servicio de toda la comunidad traductoril conocimientos y sinergias. Queríamos, además, ser un grupo organizado para que los traductores tuvieran voz y voto en la industria de la traducción. Los veintipocos que firmamos el acta constitutiva de Asetrad no habríamos ido a ninguna parte abrazando esa idea de «como no me aporta nada, me borro». Todo lo contrario: invertimos mucho tiempo y muchos esfuerzos en un proyecto que, a lo sumo, nos ha proporcionado alguna satisfacción moral. Los que empezamos y los que hemos seguido año tras año insuflando vida a esta asociación que pronto traspasará el umbral de los mil socios sabemos lo que es trabajar mucho a cambio de muy poco. Quizá por eso me cueste entender que un traductor que se siente profesional pueda argüir cualquiera de las tres frasecitas mercenarias con las que empezaba este escrito.

Y quizá por eso me cueste también comprender cómo es posible que un traductor que, pese a todo lo antedicho, se decida a abandonar la asociación lo haga por la expeditiva vía de devolver el recibo, sin avisar y ocasionando gastos, como sucede en ocasiones en muchas asociaciones profesionales.

Enlazando con esto e hilvanando un metafórico dedo en el ojo que haga honor al nombre de esta sección, termino con un ruego en voz alta a aquel traductor que esté pensando en abandonar su asociación, sea la que sea, porque no le aporta nada:

Estimado colega:

Si te quieres dar de baja de la asociación por cualquier razón, hazlo. Solo te ruego que avises con antelación cuando decidas marcharte, para que no te enviemos más recibos. Te recuerdo que, si no avisas en la asociación pero le das al banco la orden de que no paguen la cuota cuando llegue, los gastos generados por el recibo que tú has devuelto los va a tener que pagar la asociación. Es decir: los pagamos los restantes asociados, tus compañeros de profesión. Y aunque te damos nuestra bendición para que abandones el barco y te desligues de nosotros, te rogamos que seas solidario y profesional: márchate sin que a los demás nos cueste el dinero.

María Barbero
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María Barbero es germanista, traductora técnica y científica desde 1986, miembro del Consejo Editorial de La Linterna del Traductor y del Consejo Editorial de Panace@. Aficionada a la novela negra islandesa, tanto dura (Indriðason) como blanda (Sigurðardóttir), y a algunos escandinavos indispensables, como Adler Olsen, Sjöwall/Wahlöö, Mankell o Lars Kepler. Tampoco le hace ascos al género policiaco español ni al noir culinario de Camilleri.

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María Barbero es germanista, traductora técnica y científica desde 1986, miembro del Consejo Editorial de La Linterna del Traductor y del Consejo Editorial de Panace@. Aficionada a la novela negra islandesa, tanto dura (Indriðason) como blanda (Sigurðardóttir), y a algunos escandinavos indispensables, como Adler Olsen, Sjöwall/Wahlöö, Mankell o Lars Kepler. Tampoco le hace ascos al género policiaco español ni al noir culinario de Camilleri.

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