29 marzo 2024
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Cartas desde el fin del mundo

El día 23 de abril celebramos en Cataluña una tradición muy simpática: a las damas más queridas les regalamos una rosa y de ellas recibimos el regalo de un libro. Este año recibí dos, uno que me apetecía mucho leer (y que luego me defraudó) y una sorpresa inesperada: Cartas desde el fin del mundo por un superviviente de Hiroshima. Es un relato autobiográfico de Toyofumi Ogura traducido del japonés por Laura Cores. Confieso que el tema del bombardeo de Hiroshima me impactó desde muy joven y aún hoy todos los años me emociono cada seis de agosto, cuando veo la celebración del aniversario en algún noticiario de televisión: el sonido ceremonioso de la campana que rompe el silencio casi religioso guardado por miles de personas, muchas de ellas de riguroso luto blanco, me sigue haciendo un nudo en la garganta.

El libro

Cartas desde el fin del mundo

Toyofumi Ogura: Cartas desde el fin del mundo por un superviviente de Hiroshima

Traducción de Laura Cores

Barcelona: Ediciones de Pasado y Presente, 2012

ISBN: 978-84-939143-6-3

Es un libro de formato cómodo, 248 páginas de 15 x 22 cm encuadernadas con tapa blanda por la editorial Pasado y Presente. Podría parecer un libro de lectura rápida, pero la portada ya nos advierte que el contenido no se digerirá fácilmente. Una mujer contempla al lector con cara de infinita tristeza mientras sostiene sobre las rodillas a su hijo pequeño a punto de llorar, rodeados ambos por un desolador paisaje quemado. En la contraportada, el autor, fallecido en 1996, sonríe con sorprendente placidez mientras el texto de presentación nos dice que «cuando estas Cartas desde el fin del mundo se publicaron en japonés en 1948, se convirtieron en el primer testimonio jamás escrito de un bombardeo atómico». El señor Ogura fue profesor de historia de la Universidad de Hiroshima que ejerció la docencia durante 20 años hasta que se jubiló en 1963. Probablemente sea este espíritu de historiador el que unido a su formación académica explique por qué escribió un libro como este. Desde el prefacio nos dice que pensaba que la crónica de aquellos hechos tendría que hacerse pública tan pronto como fuera posible para que el tiempo no erosionara el recuerdo de la realidad. Así nos ofrece sus notas sobre la bomba atómica lanzada sobre Hiroshima el 6 de agosto de 1945. Inicialmente eran una docena de cartas muy personales dirigidas a su esposa y escritas a intervalos irregulares en los meses posteriores a la explosión. La última carta data del 6 de agosto de 1946, cuando se cumplía el primer aniversario de la destrucción masiva. Pero a petición del presidente de una editorial japonesa las revisó y las publicó con el formato actual en 1948. La versión traducida contiene además un epílogo que el autor añadió en 1982, un mapa de Hiroshima con los nombres de los lugares correspondientes al año 1945. Con eso facilita al lector conocedor de la Hiroshima actual el seguimiento detallado de todas las narraciones del libro.

La historia

El prólogo fue escrito en febrero de 1949 por Kōtarō Takamura, un poeta y escultor japonés de la primera mitad del siglo xx. Empieza diciendo que cuando terminó de leer el libro a la luz de una lamparita de gas, se sentía como si el cerebro se le hubiera chamuscado, pero a la noche siguiente lo volvió a leer y todavía lo releyó una vez más. En mi caso, no fue exactamente así. Yo disponía de luz eléctrica y una vez terminado de leer el libro aún no he encontrado fuerzas para volver a hacerlo, pues también me he sentido como si tuviera el cerebro chamuscado. Es una narración que impresiona. El libro empieza con un escenario de nubes y luz. Habla de una mañana soleada de verano en la que el autor se detiene sobre el puente de Shin’ozu a contemplar el brillo de las olas del mar y de repente nota un destello de luz blanca azulada que cambiará para siempre su vida. A partir de ese momento empiezan a desfilar la sorpresa y el horror de muchos de los habitantes de la ciudad que se van cruzando con el autor. Al principio este cree que ha estallado un polvorín porque, obviamente, no sabe que se trata de una bomba atómica. Es la primera vez en la historia que se utiliza un arma de destrucción masiva, que se había desarrollado en el más absoluto de los secretos. El horror va creciendo a pasos agigantados ante sus ojos y ante los nuestros, agravado por la incomprensión de lo sucedido. Los ciudadanos intentan reducir su ansiedad diciéndose que habrá estallado un polvorín militar. Al fin y al cabo, Hiroshima era la capital militar del imperio japonés. Pero desde el primer momento incluso el autor tiene serias dudas mientras va descubriendo imágenes estremecedoras que es incapaz de gestionar. Por un lado su mente académica intenta analizar y describir la realidad fríamente, sin permitir que sus propios sentimientos la alteren. Por otro, necesita expresar todo el horror y todo el sufrimiento que ve en sus conciudadanos y que él mismo siente. Las descripciones son tan crudas que cuesta leerlas con la misma frialdad con que se describen: «Lo primero que hice fue mirar hacia la ciudad de Hiroshima. La conmoción fue tan fuerte que no lo puedo expresar con palabras».

Pero sí, sí que fue capaz de expresarla con palabras, aunque necesitó de todo un libro. Un libro duro y a la vez sereno. La realidad es difícil de asimilar, tan difícil que el autor dirá: «Obligado a ignorar los sentimientos humanos, intentaba convertirme en un egoísta desalmado. Era la única manera de mantenerme cuerdo». Así escribe un libro que detalla minuciosamente las imágenes, casi como si fueran dibujos de un cómic sin color. Mientras lo iba leyendo mi mente iba pintando los matices de las imágenes que el texto permitía leer entre líneas. Confieso que eso me ha obligado a detener la lectura varias veces, un cómic así no se pinta de un tirón. Al final, uno descubre que es un libro sumamente recomendable para hacerse una idea bastante aproximada de lo que significa una explosión atómica y todos los sufrimientos que genera.

La redacción

Haciendo abstracción de lo que se describe, el texto se lee con facilidad, con un lenguaje claro y bien estructurado que desde el primer momento permite olvidar que estamos leyendo una traducción. Laura Cores nos permite seguir la narración de un autor perteneciente a una cultura extraordinariamente distante de la nuestra —como sería la cultura japonesa de mediados del siglo pasado— sin tener ninguna sensación extraña. Es muy gratificante descubrir de vez en cuando expresiones como «desgracia compartida, menos sentida» o «un [camión] que iba de bote en bote» perfectamente utilizadas en su correspondiente contexto. También es muy de agradecer que el nombre japonés de cualquier lugar que se cita en el texto vaya siempre acompañado de una explicación de qué se trata. Así siempre sabemos si estamos en un santuario, en el monte, en una avenida, cruzando un puente o frente a una escuela. Prácticamente siempre he tenido la sensación de que lo que explicaba el autor y la forma como lo explicaba eran absolutamente coherentes con lo que imagino que debían ser las costumbres del lugar y de la época. La única excepción aparece en la página 41 del libro que describe un encuentro del autor —que, recordemos, era un profesor universitario— con un joven soldado desconocido con el que intercambia unas pocas palabras en mitad de la calle. Cuando se despiden leemos: «Nos dimos la mano y él se fue trotando…» Tenía para mí que darse la mano era un saludo muy propio del mundo occidental, con el que en aquellos momentos Japón estaba en guerra, pero desconozco las costumbres japonesas de la época. Por eso he intentado confirmar por tres vías diferentes si este tipo de saludo era habitual o no por aquel entonces, pero no lo he conseguido. En fin, qué más da, en el fondo todo lo que hará esta duda será incrementar un poco más mi curiosidad sobre el tema.

En definitiva, es un libro que ayuda a entender mejor lo que pasó en Hiroshima y lo que sintieron sus habitantes, mientras mantiene vivo el interés sobre el tema. Un libro interesante, ameno a la vez que muy serio y muy bien redactado en español, para que no se pierda la memoria histórica de un hecho que no debe repetirse nunca.

Llorenç Serrahima
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Es licenciado en Veterinaria (Zaragoza, 1980) y MBA (ESADE, 1995). Traductor autónomo desde 1997, del alemán, del inglés y del francés al español y al catalán, especializado en temas de medicina y salud en general. Ahora, con dos hijos ya mayores que vuelan solos, dedica su tiempo libre al montañismo, al teatro y a la poesía. Esta última le ha llevado incluso a hacer alguna incursión en la traducción literaria por el puro placer de verter al castellano y al catalán algunas poesías de las alemanas Hilde Domin y Mascha Kaléko.

Llorenç Serrahima
Llorenç Serrahima
Es licenciado en Veterinaria (Zaragoza, 1980) y MBA (ESADE, 1995). Traductor autónomo desde 1997, del alemán, del inglés y del francés al español y al catalán, especializado en temas de medicina y salud en general. Ahora, con dos hijos ya mayores que vuelan solos, dedica su tiempo libre al montañismo, al teatro y a la poesía. Esta última le ha llevado incluso a hacer alguna incursión en la traducción literaria por el puro placer de verter al castellano y al catalán algunas poesías de las alemanas Hilde Domin y Mascha Kaléko.
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