23 abril 2024
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¿Qué pasó con la calavera de Schiller?

¿Qué pasó con la calavera de Schiller?

Prólogo sobre géneros literarios

La clasificación de los géneros literarios se complica por momentos. La idea de que toda la producción literaria obra del genio humano se puede agrupar burdamente en tres grandes géneros (poesía, prosa y teatro, nos decían en el colegio) resulta, obviamente, demasiado elemental. Solamente para la producción literaria en prosa hay tantos subapartados por géneros y estilos que se podrían escribir muchos libros al respecto.

Hay un género de la literatura en prosa que a mí me interesa especialmente: la literatura de entretenimiento, que llamaré trivial, aunque la finalidad de entretener al lector sea una de las misiones menos triviales y más nobles que puede cumplir la pluma de un autor.

En el ámbito de la novela trivial me parece especialmente práctica, porque la considero muy útil y lógica, la subclasificación de géneros según el grupo de destino. Así tenemos, por ejemplo, una literatura de chicas indudablemente inspirada en los esforzados trabajos de la precursora Bridget Jones en busca del varón perfecto. Tras ella la chick-lit vomita literalmente todos los años centenares de heroínas urbanas en tacones que van en busca de su autorrealización en una sociedad de plástico. Citemos también otros géneros que cuentan con gran difusión y con la benevolente aceptación del público lector: la literatura pseudohistórica para señoras, en la que se dan la mano las comadronas ambulantes, las furcias en la Italia de los Borgia, los veterinarios medievales y hasta las heroínas de la Edad de Piedra; una literatura (en nuestro país) también bastante femenina de reelaboración de la postguerra española; una literatura friki de fantasy para jóvenes eternos; una literatura para nenas adolescentes, plagada de vampiros y románticos monstruos estilizados y amorosos, que se recrea en la esperanza de su propia reelaboración cinematográfica; una literatura escandinava negra y policiaca de tono varonil (mankelliana)… Y junto a esta tenemos otra literatura escandinava, pseudonegra y pseudopoliciaca —a la que yo me atrevo a llamar läckbergiana—, absolutamente orientada a cierto público lector femenino al que no le importe que la presentación de estudiados asesinatos, obra de criminales patológicos, se alterne en un ambiente de Ikea con morosas descripciones de las alteraciones del humor provocadas por los cambios hormonales del embarazo de la obligada protagonista.

Junto a esta fascinante clasificación por grupo de destino, me parece sumamente útil contar con la oportunidad de categorizar los libros según su aspecto y su uso. Así vemos que existe una literatura playera (esos libros vacacionales de bolsillo de tapa flexible que son capaces de aguantar el agua salada y las manchas de lociones solares), una literatura de sobremesa, con libros ilustrados tan pesados (los coffee-table books) que no hay forma de cargar con ellos ni en el tren ni en la cama, así que, pese a la belleza y profusión de sus ilustraciones, quedan ahí, confinados en la salita y condenados a gozar durante su vida útil de menos glamour que una revista en la sala de espera de dentista. Hay incluso viajeros y batalladores libros encuadernados para tren, para bici, para mochila y hasta para el bolsillo del pantalón (el simpático formato librino del que ya hablamos en una reseña anterior); y también hay libros dos en uno en papel barato para meter en la maleta y dejar olvidados en cualquier lado a la vuelta de las vacaciones.

Así las cosas, he decidido animar a los lectores de La Linterna a que me apoyen en la creación de una nueva categoría de libros según uso: los libros de cuarto de baño.

El nombre evidencia la utilidad de estas obras de la literatura de entretenimiento: se trata de esos libros que se dejan colocados sobre la repisa del baño para ir disfrutándolos poco a poco en los breves momentos de asueto que las personas podemos permitirnos en la soledad del aseo. Podremos ojearlos tumbados en la bañera o sentados en la taza del váter. Sus características físicas resultan poco trascendentes (tapa dura o blanda suele ser indiferente), pero su contenido ha de reunir unas propiedades particulares: capítulos cortos (que permitan su disfrute completo en sesiones de anticipada brevedad), carencia de dramatismo (para no influir negativamente en el relax del baño ni en el flujo intestinal del lector) y riqueza de datos (no hay nada como salir revitalizado y culturizado tras una necesaria y solitaria sesión en el cuarto de baño).

Tras esta introducción, me gustaría proceder a presentar una obra que encaja honrosa e idealmente en la categoría de libro de cuarto de baño: una lectura vigorosa y de gran valor cultural para esos valiosos momentos de cada día.

¿Qué pasó con la calavera de Schiller?

¿Qué autores literarios utilizaron seudónimos? ¿Qué escritores murieron a consecuencia de un tumor cerebral? ¿Y cuántos a consecuencia de enfermedades respiratorias? ¿Era promiscuo Goethe? ¿Cuántas parejas de hermanos novelistas hay en la historia de la literatura? ¿Qué se sabe de la vida sexual de Bernard Shaw? ¿Qué grandes obras de la literatura fueron inicialmente rechazadas por agentes literarios antes de ser publicadas? ¿Sabían ustedes que un autor alemán escribió su primera novela en papel higiénico mientras estaba en la cárcel? ¿Cómo se llama la única novela que existe que no contiene la letra e? ¿Y la que no lleva ninguna a? ¿Quién fue el escritor más bajito? ¿Cuáles son las más importantes novelas fruto del trabajo en equipo? ¿Qué autores clásicos tuvieron los contratos literarios menos ventajosos? ¿Sabía usted cuántos novelistas sobrevivieron a catástrofes aéreas?

Todas estas fascinantes, curiosas y divertidas cuestiones del mundo de la literatura, y muchas más, encuentran una explicación prolija y bien documentada (con inclusión de fuentes en cada artículo) en un libro de Rainer Schmitz que se llama Was geschah mit Schillers Schädel? y que está publicado por la editorial alemana Heyne. La contraportada nos cuenta que se trata del primer libro de cotilleos de la historia de la literatura. Sea el primero o no, lo cierto es que el volumen es interesante porque contiene datos muy útiles ―junto a otros indudablemente inútiles― que permiten en muchos casos establecer vinculaciones entre autores de una misma época y aclaran también importantes detalles contextuales sobre la recepción de obras de la literatura en el momento de su publicación.

La edición en rústica de este libro consta de 1 828 columnas (dos columnas por página), con un diseño cuasi lexicográfico que permite visualizar rápidamente los artículos. Las 1 200 entradas están ordenadas alfabéticamente según los conceptos a los que se hace mención: desde a hasta Zylinder. El libro incluye una lista exhaustiva de más de cien páginas en las que se consignan los nombres y las fechas de nacimiento de todos los autores de la historia de la literatura que se citan en la obra, así como la referencia del número de la página en que aparecen.

Las entradas son concisas, claras y sumamente informativas. La edición es cuidada, tipográficamente muy lograda y fácil de manejar.

Para cualquiera que desee leer curiosidades sobre el mundo de la literatura, el libro de Schmitz es una fuente casi inagotable de entretenimiento. Se trata de una especie de «Todo lo que usted siempre quiso saber sobre libros y sobre autores, pero nunca se atrevió a preguntar». Es una lectura refrescante y simpática. Y el que sea un impecable volumen para distraerse en el baño no quiere decir que no pueda leerse también en otros entornos menos escatológicos.

María Barbero
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María Barbero es germanista, traductora técnica y científica desde 1986, miembro del Consejo Editorial de La Linterna del Traductor y del Consejo Editorial de Panace@. Aficionada a la novela negra islandesa, tanto dura (Indriðason) como blanda (Sigurðardóttir), y a algunos escandinavos indispensables, como Adler Olsen, Sjöwall/Wahlöö, Mankell o Lars Kepler. Tampoco le hace ascos al género policiaco español ni al noir culinario de Camilleri.

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María Barbero es germanista, traductora técnica y científica desde 1986, miembro del Consejo Editorial de La Linterna del Traductor y del Consejo Editorial de Panace@. Aficionada a la novela negra islandesa, tanto dura (Indriðason) como blanda (Sigurðardóttir), y a algunos escandinavos indispensables, como Adler Olsen, Sjöwall/Wahlöö, Mankell o Lars Kepler. Tampoco le hace ascos al género policiaco español ni al noir culinario de Camilleri.

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