24 abril 2024
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Una mirada retrospectiva a mis años de universidad

Debo confesar que cuando acabé la licenciatura en traducción e interpretación, allá por 2004, me sentía un poco perdida, sin rumbo, pero imagino que debe de ser algo que nos pasa a todos en mayor o menor medida porque se trata de un período de transición: acabamos nuestra etapa de estudiantes y entramos de lleno en el mercado laboral.

En la universidad había aprendido mucho sobre lenguas y sobre el ejercicio práctico de la traducción pero casi nada sobre el oficio de traductor. Lo único que me enseñaron al respecto fue a hacer una factura, aunque había sido muy de pasada en la asignatura de traducción de textos jurídicos y de manera muy confusa, ya que recuerdo que al salir de aquella clase ni mis compañeros ni yo teníamos nada claro si el IVA se calculaba sobre la base imponible o sobre el importe resultante tras restar el IRPF (verídico). No sabía si prefería trabajar por mi cuenta o en plantilla, así que mandé mi currículo, bastante breve por aquel entonces, a toda agencia, editorial y empresa que encontré y a toda vacante que vi publicada. La falta de experiencia me producía algo de pánico, pero en aquel momento me sentía preparada y, aunque es cierto que en estos años he mejorado mucho, creo que en mis primeros trabajos como traductora estuve a la altura.

Mis primeros trabajos

Uno de mis primeros clientes fue un museo arqueológico para el que traduje al gallego varios libros y folletos de exposiciones. ¡Por fin daban fruto las brutales clases de gallego de la universidad! Y digo brutales tanto por la exigencia del profesor como por el examen, que era muy, muy complicado, pero gracias a ellas acabé la carrera sabiendo muchísimo vocabulario y conociendo la gramática al completo. Al dominio del gallego contribuyeron no solo las clases dedicadas a la lengua en sí, sino también las clases prácticas de traducción, y lo mismo ocurrió en lo que respecta al español, al inglés y al francés, mis otras lenguas de trabajo. Creo que las lenguas eran el ámbito en que mejor preparada estaba al salir de la universidad, conjuntamente con la traducción en sí misma, lo cual tiene sentido porque la mayoría de las horas lectivas se dedicaban a la traducción en sus diferentes modalidades y combinaciones lingüísticas (además, la mayoría de mis profesores de traducción eran buenísimos, así que era difícil no aprender).

El siguiente cliente que conseguí era una editorial que se encargaba de traducir libros de texto de bachillerato al gallego, y con ella aprendí a trabajar a diario y de manera continuada. En la universidad habíamos hecho encargos de traducción, sí, pero tener que traducir 2.500 palabras todos los días es muy diferente. Poco a poco fui adquiriendo disciplina y encontrando mi propia rutina de trabajo. También aprendí a hacer mis propias facturas —no sin antes preguntar mucho— y a llevar mi propia contabilidad, algo que al principio me costó mucho.

Camino a la especialización

Posteriormente me matriculé en el Máster de Traducción Científico-Técnica de la Universitat Pompeu Fabra porque me parecía necesario especializarme y seguir ampliando mis conocimientos. Al acabar la carrera tenemos conocimientos suficientes para traducir textos generales y trabajar para muchos clientes, pero creo que a largo plazo conviene especializarse ya que, además de permitirnos traducir textos más complicados, los conocimientos adicionales que podamos adquirir nos reportarán un valor añadido, nos ayudarán a distinguirnos del resto de traductores y nos llevarán a cobrar tarifas más altas. No obstante, entiendo que puede ser difícil elegir una disciplina concreta porque esa elección debería depender de varios factores, tales como nuestras preferencias personales, el volumen de traducción de esa disciplina o los ingresos que se puedan obtener en ella. Por otro lado, en ocasiones la especialización no se consigue mediante un curso, sino que llega de mano de la práctica: si recibimos para traducir muchos textos jurídicos, acabaremos especializados en traducción jurídica sin haber estudiado un curso específico.

En la carrera habíamos tratado la traducción de textos científico-técnicos, textos económicos y textos jurídicos en sus respectivas asignaturas, las cuales me permitieron tener unos ciertos conocimientos de las disciplinas, pero no eran suficientes para ser «traductora especializada». Yo elegí la traducción científico-técnica porque ya era mi asignatura favorita en la carrera, me parecía muy interesante y sabía que había un mercado considerable y variado, y ahora, varios años después, veo que fue la decisión correcta. Además de los temas teóricos en los que se centra el máster, en él aprendí muchas cosas de aplicación práctica, como la importancia y el manejo de programas de traducción asistida por ordenador. En la carrera recuerdo que en tercero había una asignatura de informática aplicada a la traducción en la que creo que se trataban por encima estos programas en un aula informática bastante deficiente, pero yo ese año estuve de Erasmus y en mi universidad de acogida la asignatura de informática correspondiente a mi año se limitaba a la gestión de bases de datos, concretamente con Microsoft Access, así que sí, al acabar la carrera sabía mucho sobre relaciones entre tablas e informes pero nada de nada sobre traducción asistida por ordenador.

Prácticas laborales en un organismo internacional

Si bien en la licenciatura no tuve la posibilidad de realizar prácticas laborales, el máster si preveía la opción de hacer prácticas en empresas y organismos, una oportunidad que creo que aprovechamos casi todos los alumnos. En mi caso, las hice en Roma, en la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura. Esos tres meses de prácticas fueron valiosísimos: el tutor de las prácticas nos encargó textos diversos para que tradujésemos de todo un poco, nos revisó todas y cada una de las traducciones de manera constructiva, nos encomendó proyectos de terminología y nos invitó a asistir a reuniones. Además, conocimos los flujos de trabajo de la organización y otros aspectos más prácticos, como la cantidad de palabras que traducen los traductores en plantilla cada día o el respaldo que les ofrece el grupo de terminología. Creo que las prácticas deberían ser obligatorias no ya en cursos de posgrado, sino en la carrera, porque aportan una perspectiva práctica, valga la redundancia, del ejercicio de la traducción que difícilmente se puede replicar en las clases.

Un poco de contexto

Estudié la carrera en la Universidade de Vigo entre 2000 y 2004, y desde entonces ya se han implantado dos planes de estudio nuevos, uno correspondiente a la licenciatura, que se extingue este año, y otro correspondiente al grado, que es el más reciente. Debo mencionar también que cuando empecé a estudiar los medios a nuestra disposición no eran como los de ahora. Los móviles solo valían para llamar y enviar mensajes de texto y no era común que los estudiantes tuviésemos ordenador propio ni que tomásemos apuntes con él. Internet tampoco era lo que es ahora, las redes inalámbricas no existían y, a pesar de que en casa sí teníamos acceso a la Red, era por módem telefónico. Era todo más manual: un ejemplo de ello es que los profesores no utilizaban presentaciones, sino transparencias y un proyector. Digo esto para explicar que, si bien mi plan de estudios era mejorable, era más o menos acorde a los tiempos. Sé que el plan que siguió al mío, que si no recuerdo mal se implantó inmediatamente tras acabar yo la carrera, ya incorporaba asignaturas de traducción audiovisual, por ejemplo, y que el plan actual incorpora dos asignaturas de informática aplicada a la traducción y la posibilidad de realizar prácticas laborales. También he comprobado que asignaturas como documentación, de la que yo tengo un recuerdo bastante borroso y relacionado con la elaboración de fichas documentales, se han actualizado para incluir la búsqueda documental en Internet, que antes creo que no se trataba.

Lo que falta por hacer

A pesar de las mejoras, veo con decepción que este nuevo plan no incluye ninguna asignatura relacionada con la empresa ni con cuestiones laborales o fiscales. Hay opiniones dispares al respecto, pero yo creo que la universidad debería formarnos en cierta medida en lo que respecta a las maneras de establecernos como profesionales de la traducción al acabar la carrera. Si dependiese de mí, se implantaría una asignatura, quizás cuatrimestral, en el último año del grado en la que se tratasen las gestiones necesarias para establecerse como empresa o como autónomo, las obligaciones fiscales que ello conlleva y la manera de realizar un presupuesto y emitir una factura con los impuestos correspondientes. También propondría que se tratasen temas como las tarifas, los diferentes mercados existentes y el concepto de rentabilidad. En realidad son aspectos prácticos que se aprenden poco a poco en el trabajo y que se pueden consultar en asesorías o foros y asociaciones, pero unas nociones básicas que nos permitan comenzar nuestra carrera profesional con buen pie, sin estar tan perdidos como estaba yo, me parecen fundamentales. Además, me consta que esta idea no es extravagante, ya que existen asignaturas similares en ciclos formativos y en otras carreras, por ejemplo el grado en ingeniería de tecnologías de las telecomunicaciones de la misma Universidade de Vigo.

En resumidas cuentas, en mi opinión la universidad me formó bien en materia de lenguas y de traducción —tanto general como especializada y en todas las combinaciones lingüísticas—, peor en ámbitos como la documentación y la informática aplicada a la traducción y fatal en cuanto al desempeño del oficio. En los nueve años transcurridos desde que yo acabé, los planes de estudio han evolucionado y se han adaptado a nuestros tiempos, lo cual considero que ha supuesto una mejora considerable, aunque sigue faltando alguna asignatura que enlace el ámbito académico con el ámbito empresarial. No obstante, conviene recordar que para salir de la universidad bien preparado no basta con seguir un buen plan de estudios, sino que ello debe combinarse con el interés y el compromiso de cada alumno, factores que permiten, no solo adquirir buenos conocimientos, sino también acabar la carrera con perspectivas y con motivación.

Ana Puga
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Es licenciada en Traducción e Interpretación (Universidade de Vigo, 2004) y tiene un máster en Traducción Científico-Técnica (Universitat Pompeu Fabra, 2007) y un título de posgrado en Traducción y Tecnologías (Universitat Oberta de Catalunya, 2011). Entre 2006 y 2014 fue traductora autónoma, tiempo en el que trabajó para diversas agencias y, principalmente, para la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura. Desde 2014 trabaja en el Servicio de Traducción al Español de la Secretaría de las Naciones Unidas (Nueva York), donde ahora es revisora.

Ana Puga
Ana Puga
Es licenciada en Traducción e Interpretación (Universidade de Vigo, 2004) y tiene un máster en Traducción Científico-Técnica (Universitat Pompeu Fabra, 2007) y un título de posgrado en Traducción y Tecnologías (Universitat Oberta de Catalunya, 2011). Entre 2006 y 2014 fue traductora autónoma, tiempo en el que trabajó para diversas agencias y, principalmente, para la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura. Desde 2014 trabaja en el Servicio de Traducción al Español de la Secretaría de las Naciones Unidas (Nueva York), donde ahora es revisora.

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